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Memorias De Una Pulga - AMPA Severí Torres

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<strong>Memorias</strong> <strong>De</strong> <strong>Una</strong> <strong>Pulga</strong><br />

—¡Oh, Dios mío! ¿Qué es esto? —susurró Bella, que con una mano había asido el<br />

pegajoso dardo de su acompañante, y se entretenía en estrujarlo y moldearlo con su cálida<br />

mano.<br />

El cuitado hombre, sensible a sus toques y a todos sus encantos, y enardecido de<br />

nuevo por la lujuria, consideró que lo mejor que le deparaba su sino era gozar su juvenil<br />

doncellez.<br />

—Si tengo que ceder —dijo Bella—, tráteme con blandura. ¡Oh, qué manera de<br />

tocarme ¡Oh, quite de ahí esa mano! ¡Cielos! ¿Qué hace usted?<br />

No tuvo tiempo más que para echar un vistazo a su miembro de cabeza enrojecida,<br />

rígido y más hinchado que nunca, y unos momentos después estaba ya sobre ella.<br />

Bella no ofreció resistencia, y enardecido por su ansia amorosa, el señor <strong>De</strong>lmont<br />

encontró enseguida el punto exacto.<br />

Aprovechándose de su posición ventajosa empujó violentamente con su pene todavía<br />

lubricado hacia el interior de las tiernas y juveniles partes íntimas de la muchacha.<br />

Bella gimió.<br />

Poco a poco el dardo caliente se fue introduciendo más y más adentro, hasta que se<br />

juntaron sus vientres, y estuvo él metido hasta los testículos.<br />

Seguidamente dio comienzo una violenta y deliciosa batalla, en la que Bella<br />

desempeñó a la perfección el papel que le estaba asignado, y excitada por el nuevo<br />

instrumento de placer, se abandonó a un verdadero torrente de deleites. El señor <strong>De</strong>lmont<br />

siguió pronto su ejemplo, y descargó en el interior de Bella una copiosa corriente de su<br />

prolífica esperma.<br />

Durante algunos momentos permanecieron ambos ausentes, bañados en la exudación<br />

de sus mutuos raptos, y jadeantes por el esfuerzo realizado, hasta que un ligero ruido les<br />

devolvió la noción del mundo. Y antes de que pudieran siquiera intentar una retirada, o un<br />

cambio en la inequívoca postura en que se encontraban, se abrió la puerta del tocador y<br />

aparecieron, casi simultáneamente, tres personas.<br />

Estas eran el padre Ambrosio, el señor Verbouc y la gentil Julia <strong>De</strong>lmont.<br />

Entre los dos hombres sostenían el semidesvanecido cuerpo de la muchacha, cuya<br />

cabeza se inclinaba lánguidamente a un lado, reposando sobre el robusto hombro del padre,<br />

mientras Verbouc, no menos favorecido por la proximidad de la muchacha, sostenía el<br />

liviano cuerpo de ésta con un brazo nervioso, y contemplaba su cara con mirada de lujuria<br />

insatisfecha, que sólo podría igualar la reencarnación del diablo. Ambos hombres iban en<br />

desabillé apenas decente, y la infortunada Julia estaba desnuda, tal como, apenas un cuarto<br />

de hora antes, había sido violentamente mancillada por su propio padre.<br />

—¡Chist! —susurró Bella, poniendo su mano sobre los labios de su amoroso<br />

compañero—. Por el amor de Dios, no se culpe a si mismo. Ellos no pueden saber quién<br />

hizo esto. Sométase a todo antes que confesar tan espantoso hecho. No tendría piedad.<br />

Estése atento a no desbaratar sus planes.<br />

El señor <strong>De</strong>lmont pudo ver de inmediato cuán ciertos eran los augurios de Bella.<br />

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