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Memorias De Una Pulga - AMPA Severí Torres

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<strong>Memorias</strong> <strong>De</strong> <strong>Una</strong> <strong>Pulga</strong><br />

Entretanto Clemente se había aproximado a la cama.<br />

—¿Qué? ¿Será posible? ¿Un doble agasajo? —exclamó él—. ¡ Encantadora Bella! Es<br />

realmente un placer inesperado.<br />

—¡Qué vergüenza, padre Clemente!<br />

Julia había desaparecido bajo las ropas de la cama.<br />

En dos minutos se despojó el cura de sus vestimentas, y sin esperar a que se le<br />

invitara a hacerlo, se lanzó como rayo sobre la cama.<br />

—¡Oh! —gritó Julia—. ¡Me está tentando!<br />

— ¡Ah, sí! Las dos seremos bien manoseadas, te lo aseguro<br />

—murmuró Bella al sentir la enorme arma de Clemente presionando su espalda—.<br />

¡Que vergonzoso comportamiento el de usted, al entrar sin nuestro permiso!<br />

—En tal caso, ¿puedo entrar, preciosidad? —repuso el cura, al tiempo que ponía en<br />

manos de Bella su tieso instrumento.<br />

—Puede quedarse, puesto que ya está dentro.<br />

—Gracias —murmuro Clemente, apartando las piernas de Bella e insertando la<br />

enorme cabeza de su pene entre ellas.<br />

Bella sintió la estocada, y mecánicamente pasó sus brazos en torno al dorso de Julia.<br />

Clemente empujó de nuevo, pero Bella se escabulló de un brinco. Se levantó, y<br />

apartando las ropas de la cama dejó al descubierto el peludo cuerpo del sacerdote y la<br />

gentil figura de su compañera.<br />

Julia se volvió instintivamente y se encontró con que, apuntando en línea recta a su<br />

nariz, se enderezaba el rígido pene del buen padre, que parecía próximo a estallar a causa<br />

de la lujuria despertada en su poseedor por la compañía en que se encontraba.<br />

—Tiéntalo —susurró Bella.<br />

Sin atemorizarse, Julia lo agarró con su blanca manita.<br />

—¡Cómo late! Se va haciendo cada vez mayor, a fe mía. Ambas muchachas se<br />

bajaron entonces de la cama, y ansiosas por divertirse comenzaron a estrujar y a frotar el<br />

voluminoso pene del sacerdote, hasta que éste estuvo a punto de venirse.<br />

— ¡ Esto es el cielo! —dijo el padre Clemente con la mirada perdida, y un ligero<br />

movimiento convulsivo en sus dedos que denotaba su placer.<br />

—Basta, querida, de lo contrario se vendrá —observó Bella, adoptando un aire de<br />

persona experimentada, al que creía tener derecho, según ella, en virtud de sus anteriores<br />

relaciones con el monstruo.<br />

Por su parte, el padre Clemente no estaba dispuesto a desperdiciar sus disparos<br />

cuando estaban a su alcance dos objetivos tan lindos.<br />

Permaneció inactivo durante el manoseo al que las muchachas sometieron su pene,<br />

pero ahora había atraído suavemente hacia si a la joven Julia, para alzarle la camisa y dejar<br />

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