Memorias De Una Pulga - AMPA Severí Torres
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<strong>Memorias</strong> <strong>De</strong> <strong>Una</strong> <strong>Pulga</strong><br />
Sus brazos, admirablemente bien torneados, sus suaves piernas revestidas de seda, el<br />
seno palpitante, por el que asomaban dos manzanitas blancas, exquisitamente redondeadas<br />
y rematadas en otras tantas fresas, las bien formadas caderas, y unos diminutos pies<br />
aprisionados en ajustados zapatitos, eran encantos que, sumados a otros muchos, formaban<br />
un delicado y delicioso conjunto con el que se hubieran intoxicado las deidades mismas, y<br />
en las que iban a complacerse los dos lascivos mortales.<br />
Se necesitaba, empero, un pequeño incentivo más para aumentar la excitación de los<br />
infames y anormales deseos de aquellos dos hombres que en dicho momento, con ojos<br />
inyectados por la lujuria, contemplaban a su antojo el despliegue los tesoros que estaba a<br />
su alcance.<br />
Seguros de que no habían de ser interrumpidos, se disponían ambos a hacer los<br />
lascivos attouchernents que darían satisfacción al deseo de solazarse con lo que tenían a la<br />
vista.<br />
Incapaz de contener su ansiedad, el sensual tío extendió su mano, y atrayendo hacia<br />
sí a su sobrina, deslizó sus dedos entre sus piernas a modo de sondeo. Por su parte el<br />
sacerdote se posesionó de sus dulces senos, para sumir su cara en ellos.<br />
Ninguno de los dos se detuvo en consideraciones de pudor que interfirieran con su<br />
placer, así que los miembros de los dos robustos hombres fueron exhibidos luego en toda<br />
su extensión, y permanecieron excitados y erectos, con las cabezas ardientes por efecto de<br />
la presión sanguínea y la tensión muscular.<br />
—¡Oh, qué forma de tocarme! —murmuró Bella, abriendo voluntariamente sus<br />
muslos a las temblorosas manos de su tío, mientras Ambrosio casi la ahogaba al prodigarle<br />
deliciosos besos con sus gruesos labios,<br />
En un momento determinado la complaciente mano de Bella apresó en el interior de<br />
su cálida palma el rígido miembro del vigoroso sacerdote.<br />
—¿Qué, amorcito, no es grande? ¿Y no arde en deseos de expeler su jugo dentro de<br />
ti? ¡Oh, cómo me excitas, hija mía! Tu mano. .. tu dulce mano. .. ¡Ay! ¡Me muero por<br />
insertarlo en tu suave vientre! ¡Bésame, Bella! ¡Verbouc, vea en qué forma me excita su<br />
sobrina!<br />
—¡Madre santa, qué carajo! ¡Ve, Bella, qué cabeza la suya! ¡Cómo brilla! ¡Qué<br />
tronco tan largo y tan blanco! ¡Y observa cómo se encorva cual si fuera una serpiente en<br />
acecho de su víctima! ¡Ya asoma una gota en la punta! ¡Mira, Bella!<br />
—¡Oh, cuán dura es! ¡Cómo vibra! ¡Cómo acomete! ¡Apenas puedo abarcarla! ¡ Me<br />
matáis con estos besos, me sorbéis la vida!<br />
El señor Verbouc hizo un movimiento hacia adelante, y en el mismo momento puso<br />
al descubierto su propia arma, erecta y al rojo vivo, desnuda y húmeda la cabeza.<br />
Los ojos de Bella se iluminaron ante el prospecto.<br />
—Tenemos que establecer un orden para nuestros placeres, Bella —dijo su tío—.<br />
<strong>De</strong>bemos prolongar lo más que nos sea posible nuestros éxtasis. Ambrosio es<br />
desenfrenado. ¡Qué espléndido animal es! ¡Hay que ver qué miembro! ;Está dotado como<br />
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