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Memorias De Una Pulga - AMPA Severí Torres

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<strong>Memorias</strong> <strong>De</strong> <strong>Una</strong> <strong>Pulga</strong><br />

querido y complaciente tío padecía un fuerte ataque de gota, padecimiento que en los<br />

últimos tiempos lo aquejaba con relativa frecuencia.<br />

La muchacha se había ya arreglado el cabello para pasar la noche, y se había también<br />

desprovisto de algunas de sus ropas. Se estaba quitando su camisa de noche, la que tenía<br />

que pasar por la cabeza, y en el curso de esta operación inadvertidamente se le cayeron los<br />

calzones, dejando al descubierto, frente al espejo, las hermosas protuberancias y la<br />

exquisita suavidad y transparencia de la piel de sus nalgas.<br />

Tanta belleza hubiera enardecido a un anacoreta, pero ¡ay! no había en aquel<br />

momento ningún asceta a la vista susceptible de enardecerse. En cuanto a mí, poco faltó<br />

para que me quebrara la más larga de mis antenas, y me torciera mi pata derecha en sus<br />

contorsiones por extraer la prenda por encima de su cabeza.<br />

Llegados a este punto debo explicar que desde que el astuto padre Clemente se había<br />

visto privado de gozar los encantos de Bella, renovó el bestial y nada piadoso juramento de<br />

que, aunque fuere por sorpresa, se apoderaría de nuevo de la fortaleza que ya una vez había<br />

sido suya. El recuerdo de su felicidad arrancaba lágrimas a sus sensuales ojitos, al tiempo<br />

que, por reflejo, se distendía su enorme miembro.<br />

Clemente formuló el terrible juramento de que jodería a Bella en estado natural,<br />

según sus propias y brutales palabras, y yo, que no soy más que una pulga, las oí y<br />

comprendí su alcance.<br />

La noche era oscura y llovía. Ambrosio estaba ausente y Verbouc enfermo y<br />

desamparado. Era forzoso que Bella estuviera sola. Todas estas circunstancias las conocía<br />

bien Clemente, y obró en consecuencia. Alentado por sus recientes experiencias sobre la<br />

geografía de la vecindad, se encaminó directamente a la ventana de la habitación de Bella,<br />

y habiéndola encontrado como esperaba, sin correr el pestillo y. por lo tanto, abierta, entró<br />

con toda tranquilidad y gateó hasta meterse debajo de la cama.<br />

<strong>De</strong>sde este punto de vista Clemente contempló con pulso palpitante la toilette de la<br />

hermosa Bella, hasta el momento en que comenzó a quitarse la camisa en la forma que ya<br />

he descrito. Entonces pudo Clemente gozar de la vista de la muchacha en toda su<br />

espléndida desnudez, y mugió ahogadamente como un toro.<br />

En la posición yacente en que se encontraba no tenía dificultad alguna para ver de<br />

cintura abajo la totalidad del cuerpo de ella y sus ojos se solazaban en la contemplación de<br />

los globos gemelos que formaban sus nalgas, abriéndose y cerrándose a medida que la<br />

muchacha retorcía su elástico cuerpo en el esfuerzo por pasar la camisa por encima de su<br />

cabeza.<br />

Clemente no pudo aguantar más tiempo; su deseo alcanzó el punto de ebullición, y<br />

sin ruido pero prontamente, se deslizó fuera de su escondite para alzarse frente a ella, y sin<br />

pérdida de tiempo abrazó el desnudo cuerpo con una de sus manos, mientras colocaba la<br />

otra sobre sus rojos labios.<br />

El primer impulso de Bella fue el de gritar, pero este recurso femenino le estaba<br />

vedado. Su segunda idea fue desmayarse, y es por la que hubiera optado de no haber<br />

mediado cierta circunstancia. Esta circunstancia era el hecho de que mientras el audaz<br />

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