Memorias De Una Pulga - AMPA Severí Torres
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<strong>Memorias</strong> <strong>De</strong> <strong>Una</strong> <strong>Pulga</strong><br />
Ambrosio, como sí tratara de ofender los sentimientos de ambos —padre e hija—<br />
dejó totalmente expuestos sus tremendos órganos genitales, y agitó el gigantesco pene en<br />
sus rostros.<br />
<strong>De</strong>lmont, presa del terror, y sintiéndose en manos de los dos complotados, contuvo la<br />
respiración y se refugió tras de Bella, la que, plenamente satisfecha por el éxito de la<br />
trama, se dedicó a aconsejarle que no hiciera nada y les permitiese hacer su voluntad.<br />
Verbouc, que había estado tentando con sus dedos las húmedas partes íntimas de la<br />
pequeña Julia, cedió la muchacha a la furiosa lujuria de su amigo, disponiéndose a gozar<br />
de su pasatiempo favorito de contemplar la violación.<br />
El sacerdote, fuera de sí a causa de la lujuria que lo embargaba, se quitó las prendas<br />
de vestir más íntimas, sin que por ello perdiera rigidez su miembro durante la operación y<br />
procedió a la deliciosa tarea que le esperaba, “Al fin es mía”. murmuro.<br />
Ambrosio se apoderó en el acto de su presa, pasó sus brazos en torno a su cuerpo, y<br />
la levantó en vilo para llevar a la temblorosa muchacha al sofá próximo y lanzarse sobre su<br />
cuerpo desnudo. Y se entregó en cuerpo y alma a darse satisfacción. Su monstruosa arma,<br />
dura como el acero, tocaba ya la rajita rosada, la que, si bien había sido lubricada por el<br />
semen del señor <strong>De</strong>lmont, no era una funda cómoda para el gigantesco pene que la<br />
amenazaba ahora.<br />
Ambrosio proseguía sus esfuerzos, y el señor <strong>De</strong>lmont sólo podía ver, mientras lz~<br />
figura del cura se retorcía sobre el cuerpo de su hijita, una ondulante masa negra y sedosa.<br />
Con sobrada experiencia para verse obstaculizado durante mucho rato, Ambrosio iba<br />
ganando terreno, y era también lo bastante dueño de sí para no dejarse arrastrar demasiado<br />
pronto por el placer, venció toda oposición, y un grito desgarrador de Julia anunció la<br />
penetración del inmenso ariete.<br />
Grito tras grito se fueron sucediendo hasta que Ambrosio, al fin firmemente enterrado<br />
en el interior de la jovencita, advirtió que no podía ahondar más, y comenzó los deliciosos<br />
movimientos de bombeo que habían de poner término a su placer, a la vez que a la tortura<br />
de su víctima.<br />
Entretanto Verbouc, cuya lujuria había despertado con violencia a la vista de la<br />
escena entre el señor <strong>De</strong>lmont y su hija, y la que subsecuentemente protagonizaron aquel<br />
insensato hombre y su sobrina, corrió hacia Bella y, apartándola del abrazo en que la tenía<br />
su desdichado amigo, le abrió de inmediato las piernas, dirigió una mirada a su orificio, y<br />
de un solo empujón hundió su pene en su cuerpo, para disfrutar de las más intensas<br />
emociones, en una vulva ya bien lubricada por la abundancia de semen que había recibido.<br />
Ambas parejas estaban en aquel momento entregadas a su delirante copulación, en un<br />
silencio sólo alterado por los quejidos de la semiconsciente Julia, el estertor de la<br />
respiración del bárbaro Ambrosio, y los gemidos y sollozos del señor Verbouc.<br />
La carrera se hizo más rápida y deliciosa. Ambrosio, que a la fuerza había adentrado<br />
en la estrecha rendija de la jovencita su gigantesco pene, hasta la mata de pelos negros y<br />
rizados que cubrían su raíz, estaba lívido de lujuria. Empujaba. impelía y embestía con la<br />
fuerza de un toro, y de no haber sido porque al fin la naturaleza la favoreció llevando su<br />
éxtasis a su culminación, hubiera sucumbido a los efectos de tan tremenda excitación, para<br />
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