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Salvar vidas<br />
Albert Camus<br />
En una oportunidad dije que yo no podría ya admitir, después de la experiencia de<br />
estos dos últimos años, ninguna verdad que pudiera ponerme en la obligación, directa<br />
o indirecta, de condenar a muerte a un hombre. Algunas personas que aprecio me<br />
han hecho, a veces, la observación de que mis palabras eran utópicas, que no existe<br />
ninguna verdad política que no nos conduzca un día a esos extremos, y que, en consecuencia,<br />
había que correr ese riesgo o aceptar el mundo tal cual es.<br />
Este argumento se exponía con energía. Pero, en primer lugar, pienso que esta energía<br />
denotaba que quienes lo exponían eran incapaces de imaginar la muerte ajena. Es un<br />
defecto de nuestra época. Del mismo modo que se ama por teléfono y que se trabaja<br />
no ya sobre la materia sino sobre la máquina, en la actualidad se mata y se muere por<br />
procuración. Así, la pulcritud gana, pero el conocimiento pierde.<br />
Sin embargo, aunque indirectamente, ese argumento tiene una virtud: plantea el<br />
problema de la utopía. En suma, las personas como yo queremos un mundo en donde<br />
ya no se asesine (¡no estamos tan locos!), sino donde el crimen ya no sea legitimado.<br />
Y aquí estamos, entre la utopía y la contradicción. Pues precisamente vivimos en un<br />
mundo donde el asesinato es legal y debemos cambiarlo si no lo queremos así. Pero<br />
parece que no se le puede cambiar sin correr el riesgo de matar. El crimen, pues, nos<br />
reenvía al crimen y continuaremos viviendo en el terror, ya sea que le aceptemos con<br />
resignación o que queramos suprimirlo utilizando medios que sustituyan ese terror<br />
por otro.<br />
En mi opinión, todos deberíamos reflexionar sobre esto. Porque lo que más me llama<br />
la atención en medio de las polémicas, de las amenazas y de los estallidos de violencia<br />
es la buena voluntad de todos. Todos, de la derecha a la izquierda –con excepción<br />
de algunos tramposos–, consideran que su verdad es la adecuada para conseguir la<br />
felicidad de los hombres. Y, sin embargo, la conjunción de esas buenas voluntades<br />
conduce a este mundo infernal, en el que los hombres continúan siendo asesinados,<br />
amenazados y deportados; donde se prepara la guerra y donde es imposible decir<br />
una palabra sin ser de inmediato insultado o traicionado. Por lo tanto, hay que llegar<br />
a la conclusión de que si las personas como nosotros vivimos en la contradicción, no<br />
somos las únicas, y quienes nos acusen de soñadores utópicos viven, tal vez, en una<br />
utopía diferente, sin duda, pero en definitiva, más costosa.<br />
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