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Benito Cereno - Lom Ediciones

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vio a nadie más que a Perinís, después a Brangania, llevando aún el peine con que<br />

acababa de peinar a la reina de los cabellos de oro.<br />

Pero entró Isolda y luego Tristán. Llevaba en una mano su arco de blanca madera y<br />

dos fl echas; en la otra sostenía dos largas trenzas de hombre.<br />

Dejó caer su capa, y su hermoso cuerpo apareció. Isolda la Rubia se inclinó para saludarle,<br />

y al incorporarse, levantando la cabeza hacia él, vio, proyectada sobre la tapicería,<br />

la sombra de la cabeza de Gondoíno.<br />

Tristán le decía:<br />

–¿Ves estas hermosas trenzas? Son de Denoalén. Te he vengado de él. Nunca más<br />

podrá comprar o vender escudo ni lanza.<br />

–Está bien, señor, pero tiende este arco, te lo ruego; quiero ver si es fácil de armar.<br />

Tristán lo tendió, extrañado, pero comprendiendo a medias. Isolda cogió una de las<br />

fl echas, la empulgó, miró si la cuerda estaba bien. Y dijo con voz rápida y baja:<br />

–Veo algo que no me gusta. ¡Apunta bien, Tristán!<br />

Él levantó la cabeza y vio, en lo alto de la cortina, la sombra de la cabeza de Gondoíno.<br />

–¡Que Dios dirija esta fl echa!<br />

- 47 -<br />

Pintura mural del Castillo Neushwanstein

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