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Benito Cereno - Lom Ediciones

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Por más que no tuviera ninguna esperanza de ver correspondido su amor, no cesaba<br />

de alabarse por haber colocado tan altos sus pensamientos. Pero, como sucede generalmente,<br />

cuanta menos es la esperanza, más violentos se hacen los deseos concebidos,<br />

de modo que el desdichado palafrenero, consumido por un amor secreto y sin<br />

esperanzas, vio cómo aumentaban los suyos. No pudiendo librarse de su loca pasión,<br />

concibió el proyecto de matarse, pero haciéndolo de tal manera que se supiera que lo<br />

hacía por amor a su soberana.<br />

Antes de llegar a tal extremo, se decidió a probar fortuna empleando todos los medios<br />

a su alcance para llegar a satisfacer sus ardientes deseos. No trató de representar con<br />

palabras o escritos los sentimientos que aquella mujer le había inspirado, seguro de<br />

que cuanto hiciera en tal sentido sería en balde. Buscó otros medios y no halló ninguno<br />

mejor que introducirse en la alcoba de la reina en sustitución del rey, quien, según<br />

había observado, no se acostaba todas las noches con su esposa.<br />

Convencido de que aquello sería lo mejor, se ocultó varias noches en un salón del<br />

palacio que separaba las habitaciones del rey de las de la reina, dispuesto a saber con<br />

qué ropas y de qué manera iba este al encuentro de su mujer.<br />

Una noche, mientras se hallaba observando lo que sucedía, vio salir al rey de su cuarto<br />

envuelto en un amplio ropón, llevando una luz en una mano y en la otra una varita,<br />

y dirigirse a la alcoba de la reina.<br />

Cuando llegó frente a ella escuchó cómo, sin decir palabra, daba uno o dos golpes<br />

en la puerta con la varita, después de lo cual esta se abría y él entregaba la luz que<br />

llevaba. Observó del mismo modo lo que hacía el rey al salir, enterado de lo cual se<br />

dispuso a imitarle.<br />

Con tal fi n se procuró un ropón parecido al del rey, así como una vela y una varita,<br />

y luego de haberse dado un baño para que la reina no sintiera el olor a cuadra y no<br />

advirtiera la superchería, se escondió, provisto de todo aquello, en el salón donde<br />

hiciera sus observaciones.<br />

Cuando supuso que todo el mundo estaba durmiendo en el palacio y vio que había<br />

llegado el momento de poner en ejecución el proyecto que debía colmar sus deseos o<br />

llevarlo a la muerte que tanto anhelaba, hizo brotar fuego de unas piedras de que iba<br />

provisto y encendió la vela. Tapose con el ropón y fue a dar dos golpes con su varita<br />

en la puerta del cuarto de la reina.<br />

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