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Benito Cereno - Lom Ediciones

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–Tienes razón –agregó el rey–. Seguiré tu consejo y me marcharé por esta vez sin<br />

causarte ninguna molestia.<br />

Lleno el pecho de cólera por la ofensa que veía le habían hecho, tomó su manto y salió<br />

de la habitación con el propósito de buscar en secreto al culpable.<br />

Pensó que el tal debería ser alguien de palacio y que, cualquiera que fuese, no podía<br />

haber salido. Tomó entonces una linterna, la encendió y fue a una especie de corredor<br />

que había sobre las caballerizas del palacio y donde dormían los criados. Pensando<br />

que el que fuera culpable de los hechos que le había relatado la reina debería tener el<br />

pulso y los latidos del corazón todavía alterados a consecuencia de las emociones experimentadas,<br />

se dirigió a uno de los extremos de aquel corredor y dio comienzo a su<br />

inspección apoyando su mano sobre el pecho de cada uno, observando si el corazón<br />

estaba tranquilo o agitado.<br />

Todos dormían profundamente, excepto nuestro desventurado palafrenero. Por eso,<br />

cuando el rey llegó a su lado, comprendió el peligro en que se hallaba. El miedo que<br />

tenía vino a unirse a las demás emociones que le habían asaltado al realizar su proyecto,<br />

de suerte que estaba seguro de que el rey, al advertir su agitación, lo mataría.<br />

No obstante, y pese a su creencia, viendo que el rey no llevaba armas, resolvió esperar<br />

hasta el fi nal y ver qué le haría. Fingió, pues, estar durmiendo. El rey, que había visto<br />

ya a muchos sin encontrar al que buscaba, llegó por fi n a su lado y observó en seguida<br />

que su corazón latía fuertemente.<br />

"Este es –se dijo–. He aquí al culpable".<br />

Mas como no quería que nadie se enterara de lo que pensaba hacer, se contentó con<br />

cortar, con unas tijeras que llevaba, un mechón de pelos, que se estilaban largos en<br />

aquel tiempo, a fi n de poder reconocerlo por aquella señal a la mañana siguiente.<br />

Terminada la operación, el rey volvió a sus habitaciones.<br />

El palafrenero, al ver aquello, comprendió claramente el propósito del rey. Empleando<br />

astucia contra astucia, se levantó, tomó unas tijeras que servían en la cuadra para<br />

esquilar a los caballos y fue cortando uno tras otro a sus compañeros un mechón de<br />

pelo de encima de la oreja y del mismo modo que el rey había cortado los suyos.<br />

Así que terminó semejante labor se acostó sin haber sido visto por nadie.<br />

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