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Trabajadores peruanos en Chile<br />
La esperanza mira al sur<br />
Sonia Cano<br />
Cada domingo, alrededor del mediodía, se reúnen en calle Catedral entre Bandera<br />
y Puente. Son los inmigrantes peruanos que desde hace unos años miran<br />
hacia el sur buscando mejores horizontes de vida. Un futuro más vivible desde<br />
el punto de vista económico, porque la vida es dura al otro lado de la línea de la<br />
Concordia. En el corazón de Santiago, mujeres y hombres, niños, jóvenes y adultos<br />
se encuentran, conversan, ríen, intercambian datos. Hablan de su terruño,<br />
de sus hijos que los esperan en Perú, de amigos, novias, padres. De todo lo que<br />
pueden hablar los que nacieron en una misma tierra y están lejos de ella.<br />
La multitud cubre ambas veredas de Catedral<br />
y se desparrama un poco por Puente<br />
hacia el poniente, mientras sus risas,<br />
sus llamadas, sus voces, pronunciando<br />
correctamente el castellano, se extienden<br />
hacia la Plaza de Armas. Cerca de las 14<br />
horas, a la orilla de la vereda, algunos se<br />
transforman en comerciantes y empiezan<br />
a abrir bolsos de donde salen potes con<br />
cebiche y otros alimentos típicos, que<br />
venden sin mucho regateo. "Esta parte<br />
que se han tomado es un punto de encuentro,<br />
un lugar de referencia donde llegan<br />
personas de diferentes países. Si miras<br />
bien, no solo hay peruanos, también hay<br />
ecuatorianos y bolivianos", señala Carmen,<br />
esposa de Raúl Paiba, presidente del<br />
Comité de Refugiados Peruanos en Chile.<br />
Cuesta entablar un diálogo, pese al aval<br />
del presidente del Comité. Desconfiados,<br />
temerosos, autocensurados, muchos peruanos<br />
se niegan a aceptar la entrevista.<br />
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Al final, solo queda improvisar, junto a<br />
la muralla del Correo Central, una conversación<br />
apresurada, porque ella tiene<br />
otros compromisos. Rosa Delgado es<br />
viuda: "Tengo que trabajar como padre<br />
y madre de los hijos, mantenerlos. Están<br />
allá. Cada mes les mando algo de dinero".<br />
Dice que vino de Trujillo porque la<br />
situación era "muy mala". Llegó hace<br />
cuatro años y afirma que en Chile no<br />
le falta trabajo como "nana". Hace de<br />
todo: cocina, lava, plancha, deja todo<br />
limpiecito y a sus patrones les gustan<br />
los guisos que se esmera en preparar.<br />
"La ciudad igual me gusta, es bonita; me<br />
gusta todo en Chile. Estoy feliz y contenta,<br />
me acostumbro; no me ha costado nada,<br />
ni la comida". Su vida transcurre rutinaria<br />
en este país, en una casa ajena de Vitacura,<br />
donde trabaja "puertas adentro"<br />
de lunes a sábado. "El domingo no más<br />
salgo, vengo acá, voy a la iglesia, me doy