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Benito Cereno - Lom Ediciones

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El rey, al levantarse por la mañana, ordenó que antes de que se abrieran las puertas<br />

del palacio se presentasen ante él todos los criados.<br />

Fue obedecido, pero cuál no sería su sorpresa al ver que cuando se descubrieron ante<br />

él y pensando reconocer al que había pelado la víspera, notó que todos tenían cortado<br />

el pelo de la misma manera.<br />

"He aquí un pillo –se dijo– que, pese a su baja condición, no deja de tener talento".<br />

Reconociendo que no podría descubrirlo sin armar un escándalo, y queriendo a toda<br />

costa no comprometer su honor por satisfacer su venganza, se contentó con decir las<br />

siguientes palabras, que solo podía entender el culpable y al que harían comprender<br />

que el rey se había dado cuenta de la falta cometida por su sirviente:<br />

–Que quien lo hizo no lo vuelva a hacer. ¡Ve con Dios!<br />

Otro que no hubiera sido él, hubiera sometido a tormento a sus criados y les hubiera<br />

hecho interrogar hasta obtener la confesión del culpable. Con ello no habría conseguido<br />

sino hacer público lo que todo hombre debe mantener en secreto, y al satisfacer<br />

su venganza no por eso hubiera disminuido su deshonra, sino que la habría aumentado,<br />

llegando a manchar la honra de su mujer.<br />

Quienes oyeron al rey hablar de aquel modo quedaron un tanto sorprendidos y se<br />

consultaron entre sí para averiguar el sentido de aquellas palabras. Nadie fue capaz<br />

de hallarlo, excepto aquel a quien iban dirigidas.<br />

El aludido tuvo la prudencia de callarse mientras Agilulfo vivió, y no volvió a exponerse<br />

a parecidos peligros.<br />

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