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Isolda escuchaba la sonora voz que venía a encantar la noche, y la voz se elevaba, plañidera,<br />
tan inefablemente triste, que solo un corazón cruel o asesino hubiera dejado<br />
de enternecerse con ella.<br />
“¿De dónde viene esta melodía?”, pensó la reina.<br />
Y comprendió, súbitamente…<br />
“¡Ah! ¡Es Tristán! En la selva del Morois imitaba también a los pájaros cantores para<br />
complacerme. Va a partir y me da su último adiós. ¡Cómo se lamenta! Como el ruiseñor<br />
cuando se despide, a fi nes de verano, henchido de tristeza. ¡Amigo, jamás volveré<br />
a oír tu voz!”.<br />
La melodía vibró más ardiente.<br />
“¡Ah! ¿Qué exiges? ¿Que vaya? ¡No! Acuérdate de Ogrín el ermitaño y de los juramentos<br />
pronunciados. Cállate, la muerte nos acecha… ¿Pero qué importa la muerte? ¡Tú<br />
me llamas, tú me quieres, yo voy!”.<br />
Se desprendió de los brazos del rey y se echó un manto forrado de pieles sobre su<br />
cuerpo casi desnudo. Debía atravesar la sala contigua donde cada noche diez caballeros<br />
velaban, relevándose. Mientras cinco de ellos dormían, los otros cinco, armados,<br />
de pie ante las puertas y las ventanas, vigilaban al exterior… Pero, por azar, se hallaban<br />
todos dormidos, cinco en sus lechos, cinco sobre las losas.<br />
Isolda sorteó sus cuerpos esparcidos y levantó la barra de la puerta; sonó el anillo,<br />
pero sin despertar a ninguno de los vigías. Franqueó el umbral y el cantor apagó su<br />
voz.<br />
Bajo los árboles, sin palabras, él la estrechó contra su pecho. Los brazos se anudaron<br />
fi rmemente en torno a los cuerpos, y hasta el alba y como cosidos con misteriosos<br />
torzales, no se desasieron del abrazo. A pesar del rey y de los guerreros, los amantes<br />
gozan su dicha y sus amores.<br />
Aquella noche enloqueció a los amantes, y los días siguientes, como el rey abandonara<br />
Tintagel para tener audiencia en San Lubín, Tristán, de nuevo en casa de Orri,<br />
osó cada madrugada, al claro de luna, deslizarse por el jardín hasta las habitaciones<br />
de las mujeres.<br />
Un siervo lo sorprendió y se fue a encontrar a Andret, Denoalén y Gondoíno:<br />
–Señores, la bestia que creen expulsada ha vuelto a la guarida.<br />
–¿Quién?<br />
–Tristán.<br />
–¿Cuándo lo has visto?<br />
–Esta madrugada; lo he reconocido perfectamente. Mañana, al alba, podrán verlo venir,<br />
la espada al cinto, un arco en una mano, dos fl echas en la otra.<br />
–¿Por dónde lo veremos?<br />
–Por una ventana que he descubierto. Pero si se las enseño, ¿cuánto me darán?<br />
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