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Benito Cereno - Lom Ediciones

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Kaherdín ve el desconsuelo de Tristán, que se lamenta y llora. Siente el corazón derretírsele<br />

de ternura y le responde con amor:<br />

–No llores más, compañero mío, yo cumpliré tu deseo. Yo arrostraré la muerte por ti<br />

y no habrá desgracia ni congoja que me haga desfallecer. Dime qué quieres enviar a la<br />

reina y haré mis preparativos a toda prisa.<br />

Tristán respondió:<br />

–Gracias, amigo mío. Ahí va mi ruego. Toma este anillo: es nuestra contraseña. Hazte<br />

introducir por un mercader en la corte de mi amada. Muéstrale blondas y sederías y<br />

enséñale disimuladamente este anillo. Ella encontrará un ardid enseguida para hablarte<br />

secretamente. Dile entonces que se acuerde de los pasados goces, de las crueles<br />

penas, de las amargas tristezas, de las dulces alegrías y de los grandes dolores de<br />

nuestro tierno y leal amor. Que se acuerde del brebaje que juntos bebimos en alta<br />

mar, donde sorbimos, ¡ay!, nuestra muerte. Que recuerde que juró que ella sería mi<br />

única amada y que sepa que he cumplido mi promesa.<br />

Tras la pared, Isolda, la de las Blancas Manos, escucha, desfalleciente, estas palabras.<br />

–Date prisa, compañero, y regresa cuanto antes. Si tardas mucho, ya no podrás verme.<br />

Toma un plazo de cuarenta días y vuelve con Isolda la Rubia. Di a tu hermana que<br />

vas en busca de un médico y ocúltale el motivo de la partida. Lleva mi hermosa nave<br />

y coge dos velas: una blanca y otra negra. Iza la vela blanca si vienes con Isolda y la<br />

negra si regresas sin ella. Nada más, amigo. ¡Ve con Dios y que Él te proteja!<br />

Suspira y se lamenta, deshecho en lágrimas; Kaherdín besa a Tristán y se despide<br />

llorando. […]<br />

Terrible es la ira de una mujer. ¡Dios nos guarde de ella! Cuanto más haya amado, más<br />

cruel será su venganza.<br />

Prontas son las mujeres en el amor como en el odio, pero su enemistad es más perdurable<br />

que su afecto. Saben templar el amor mejor que el odio.<br />

Recostada en la pared, Isolda la de las Blancas Manos ha escuchado palabra por palabra.<br />

¡Ha amado tanto a Tristán! Y ahora, al fi n, comprende que su esposo pertenece<br />

a otra mujer.<br />

Guarda en su memoria las cosas oídas y, cuando la ocasión se presente, piensa vengarse<br />

del que ama por encima de todo. Sabe disimular a la perfección, y en cuanto se<br />

abren las puertas entra de nuevo en el aposento de Tristán y, ahogando su rencor,<br />

continúa sirviéndole y mimándole como una dulce enamorada. Le habla quedamente,<br />

lo besa en los labios, le pregunta si Kaherdín regresará pronto con el médico que<br />

ha de curarle y, entretanto, sigue meditando su venganza.<br />

Kaherdín navega sin desmayo hasta Tintagel. Coge preciosas telas de raros colores,<br />

una copa de cristal fi namente tallado, y con un azor en la mano preséntase al rey<br />

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