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Benito Cereno - Lom Ediciones

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Marés ofreciéndole estos regalos y suplicándole le sea concedida su paz y salvaguarda<br />

para trafi car libremente por aquella tierra sin cuidado de chambelán ni de vizconde.<br />

El rey se lo otorga en presencia de todos los palaciegos.<br />

Y entonces Kaherdin ofrece a la reina un broche labrado en oro fi no.<br />

–Reina –dice–, es de oro purísimo –y quitándose el anillo de Tristán, colócalo al lado<br />

del joyel–. Mira, reina, el oro del broche es precioso, pero el del anillo le gana todavía.<br />

Cuando Isolda reconoce el anillo se estremece de pies a cabeza, temiendo lo que va a<br />

oír, y anhelante y pálida atrae a Kaherdin a un lugar apartado, bajo una ventana, como<br />

para examinar mejor el anillo. Kaherdín le dice simplemente:<br />

–Señora, Tristán fue herido con una espada envenenada y está muriéndose. Te manda<br />

decir que solo tú puedes darle consuelo. Te recuerda las grandes penas y los grandes<br />

dolores que han sufrido juntos. Guarda este anillo. Te lo da.<br />

Isolda respondió desfalleciente:<br />

–Te seguiré, amigo. Ten la nave dispuesta para la madrugada.<br />

A la mañana siguiente la reina dijo que quería cazar con halcón y mandó disponer la<br />

jauría y los pájaros. El duque Andret, siempre al acecho, quiso seguirla.<br />

- 51 -<br />

Pintura mural del Castillo Neushwanstein

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