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Algunos otros Alias de la Militancia Roja - Museo SEAT

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l<strong>la</strong>mar a <strong>otros</strong> dos policías que permanecían en <strong>la</strong>s escaleras, para que<br />

entraran en <strong>la</strong> casa pues <strong>de</strong>bían <strong>de</strong> empezar el registro correspondiente.<br />

Debo <strong>de</strong>cir que tras ver <strong>de</strong>saparecer a mi mujer y a mi hijo mi situación se<br />

tornó francamente complicada. Mi aparente tranquilidad empezó a<br />

<strong>de</strong>saparecer, y me embargaban signos <strong>de</strong> inquietud y <strong>de</strong>scontrol psicológico<br />

cada vez más fuertes, junto al temor <strong>de</strong> que el Rubiales, reanudados los<br />

interrogatorios, notaría mi f<strong>la</strong>queza y se aprovecharía <strong>de</strong> el<strong>la</strong> para doblegar<br />

mi voluntad con poco esfuerzo.<br />

Tal como se podía suponer, el Rubiales reanudó los interrogatorios<br />

or<strong>de</strong>nando que me tras<strong>la</strong>daran a <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> don<strong>de</strong> se encontraba <strong>la</strong> fóbica mesa <strong>de</strong><br />

torturas. Y una vez más, al quedarnos solos, empezó a herir mis sentimientos<br />

más vulnerables.<br />

– ¿Qué, ¿Has visto quién había en <strong>la</strong> puerta – dijo – te advierto que si esta<br />

vez no contestas a mis preguntas y me dices lo que quiero saber, no les<br />

volverás a ver más a tu mujer ni a tus hijos porque un acci<strong>de</strong>nte lo tiene<br />

cualquiera.<br />

Y sin más, se me acercó otra vez preguntando:<br />

– ¿Quiénes fueron los que quemaron el coche policial el 1º <strong>de</strong> Mayo<br />

– ¡No sé nada <strong>de</strong>l 1º <strong>de</strong> Mayo ni <strong>de</strong> quemas <strong>de</strong> coches!<br />

No había terminado <strong>de</strong> hab<strong>la</strong>r cuando me propinó un codazo en el<br />

estómago que me hizo dob<strong>la</strong>rme hacia <strong>de</strong><strong>la</strong>nte muy dolorido, mientras que,<br />

sin <strong>de</strong>jar que me incorporara, me dio una patada en <strong>la</strong>s piernas que hizo que<br />

me <strong>de</strong>splomara en el suelo cuan peso muerto. Esta vez estaba más lejos <strong>de</strong> <strong>la</strong><br />

mesa y ni siquiera pu<strong>de</strong> amortiguar el golpe con <strong>la</strong>s manos, que seguía<br />

teniendo esposadas en <strong>la</strong> espalda. Caí <strong>de</strong> costado y noté tal dolor en el<br />

hombro izquierdo que creí que me lo había dislocado. Parece que <strong>la</strong><br />

especialidad <strong>de</strong>l Rubiales era tirar a golpes a los <strong>de</strong>tenidos al suelo. Pero, al<br />

menos conmigo, no se conformó con esto si no que, tras preguntarme una vez<br />

más quién había tirado <strong>la</strong>s botel<strong>la</strong>s incendiarias al coche y no obtener<br />

respuestas satisfactorias, me propinó dos patadas en los riñones que me<br />

hicieron retorcer <strong>de</strong> dolor. Y cuando esperaba otro castigo, aunque no sabía<br />

cuál sería esta vez, el Rubiales salió por <strong>la</strong> puerta l<strong>la</strong>mando a los <strong>otros</strong><br />

policías, al parecer para darles instrucciones concretas. Escuché vagamente<br />

otra vez <strong>la</strong> puerta y dos policías distintos a los <strong>de</strong> antes me levantaron <strong>de</strong>l<br />

suelo y me sacaron otra vez a <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> gran<strong>de</strong>.<br />

Quizás ya serían <strong>la</strong>s nueve <strong>de</strong> <strong>la</strong> noche y <strong>la</strong> nueva pareja <strong>de</strong> policías <strong>de</strong><br />

paisano me ofrecieron <strong>de</strong> comer, al igual que hicieran al mediodía. Pero yo<br />

sólo tenía sed <strong>de</strong> agua, y por qué no <strong>de</strong>cirlo, también <strong>de</strong> venganza. A pesar <strong>de</strong><br />

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