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Algunos otros Alias de la Militancia Roja - Museo SEAT

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– ¿Qué responsabilidad tienes en el Partido en <strong>SEAT</strong><br />

– Ninguna, solo soy militante y ya está.<br />

– Se que me estás mintiendo y más tar<strong>de</strong> te lo <strong>de</strong>mostraré<br />

– Háb<strong>la</strong>me <strong>de</strong> <strong>la</strong> calle Santaló. 113<br />

– No se <strong>de</strong> qué me hab<strong>la</strong> usted.<br />

– ¡Mal, vamos mal!, ¿Tengo que ir a por ti<br />

– Dime en qué número <strong>de</strong> <strong>la</strong> calle Santaló se reúne tu Partido.<br />

– No he estado nunca en esa calle.<br />

– ¡Bueno, ya lo veremos!<br />

Y diciendo esto se marchó, quizás a tomar cañas, porque cada vez que se<br />

acercaba a mí hedía a alcohol que daban ganas <strong>de</strong> vomitar.<br />

Media hora más tar<strong>de</strong> me pusieron <strong>la</strong>s esposas con <strong>la</strong>s manos <strong>de</strong><strong>la</strong>nte y me<br />

tiraron <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> un taxi junto a dos policías, el rubiales se sentó <strong>de</strong> copiloto; a<br />

mí me pusieron un periódico encima <strong>de</strong> <strong>la</strong>s manos para que nadie viera que<br />

iba esposado. – Nunca supe ciertamente <strong>de</strong> qué tenían miedo.<br />

– Bueno, ¿en qué número está el piso en el que hacéis <strong>la</strong>s reuniones – me<br />

preguntó el Rubiales cuando llegamos a <strong>la</strong> calle por <strong>la</strong> que me preguntaba.<br />

Recorrimos toda <strong>la</strong> calle y al final le dijo al taxista:<br />

– Vuelve al cuartel, que ya me encargaré <strong>de</strong> él cuando estemos allí. (El<br />

taxista era <strong>de</strong> los suyos).<br />

De vuelta iba pensando en <strong>la</strong> que me caería encima, sobretodo porque<br />

temía por mis riñones ya que seguía orinando sangre. Nada más llegar el<br />

Rubiales se metió <strong>de</strong>cidido en el cuarto <strong>de</strong> <strong>la</strong>s torturas.<br />

– ¡Traédmelo aquí! – or<strong>de</strong>nó.<br />

Pero cuando iba a empezar otra vez <strong>la</strong> agresiva interrogativa sucedió algo<br />

que <strong>de</strong> momento vino a salvarme <strong>de</strong>l ya más que seguro pateo <strong>de</strong>l servidor<br />

franquista.<br />

Sonó el teléfono y el Rubiales al escuchar lo que le <strong>de</strong>cían, contestó:<br />

– Bien, bien, eso nos facilitará <strong>la</strong>s cosas.<br />

Y mandó que entrara un policía para custodiarme mientras él salía, seguro<br />

que para tomar <strong>de</strong>cisiones al respecto. Tardó bastante tiempo y yo, al<br />

re<strong>la</strong>jarme ante <strong>la</strong> atenta mirada <strong>de</strong>l poli que me vigi<strong>la</strong>ba, daba cabezazos en <strong>la</strong><br />

113 En efecto en <strong>la</strong> calle Santaló vivía una estudiante que prestaba el piso para reuniones y hacía ya un tiempo<br />

que no nos reuníamos allí, ya estaba <strong>de</strong>c<strong>la</strong>rado quemado, como nos<strong>otros</strong> <strong>de</strong>cíamos.<br />

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