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genuinamente indígenas se perdían o se fusionaban con el credo dominante.
Cuenta taita Agustín, un antiguo dirigente de la Federación Indígena Ecuatoriana
que sus padres y abuelos y los padres de ellos fueron aprendiendo a moldear sus
propias creencias a las creencias de los invasores blancos.
“…ellos nos enseñaron a hablar desde el miedo, a tener miedo, a vivir con
miedo. Todo es malo, todo es pecado. Los dioses de los abuelos de mis
abuelos se alegraban cuando el pueblo cosechaba, cuando bailaba, cuando
llegaba la lluvia. El dios blanco siempre está enojado, siempre quiere que
sus hijos tengan tristeza (…) nuestros antiguos nos enseñaron que la tierra
es nuestra madre, que hay que respetarla, pero los profetas del Dios blanco
se quedaron con la tierra para ellos” (entrevista, realizada en febrero 2010)
Taita Agustín tenía razón. Hacia fines del siglo XIX, apenas unas décadas antes
de la revolución liberal que habría de separar al estado de la iglesia los dominios
católicos en términos territoriales eran impresionantes. Los dominios religiosos se
extendían precisamente en aquellos territorios que antes habían pertenecido a los
indios.
La carga de colonialismo religioso significó, entre otras cosas: Una reafirmación de
los roles sociales de acuerdo a la moralidad católica, esto es una estricta
definición de lo que las mujeres y los hombres deben hacer en la vida pública y
familiar. Si la institución religiosa es una de las más machistas y patriarcales de la
historia no deja lugar a duda, es también entonces lógico pensar que la influencia
que esta ejerza sobre los pueblos originarios debió dejar una profunda huella en
sus formas de estructura social y en sus modelos de pensamiento y de
comportamiento.
44 Sofía Valenzuela
David Barzallo