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injusticia” se comprende con mucha más claridad en el momento en que
analizamos la valoración social que se asigna al cumplimiento de cada rol.
En el caso del rol reproductivo, que implica la crianza de los hijos e hijas, el trabajo
hogareño y los quehaceres domésticos, en la concepción occidental recibe una
valoración social bastante baja. Al punto que aún ahora que existe reconocimiento
constitucional del trabajo doméstico, todavía en la cultura popular no se lo
considera como tal. Por otra parte el rol productivo, bajo el paradigma de que en
una sociedad capitalista de consumo la producción y el comercio son los motores
de la economía, tiene una valoración social mucho mayor.
Dice una de las entrevistadas:
“Antes era así mismo y la verdad ahorita veo no ha cambiado (…) es que
una aquí tiene que caminar desde las 4.30 Am para ir a recoger leche, ir a
ver animales bajar a cocinar, atender (…) Asi mismo todos trabajan el
marido si trabaja bastante también pero una, asi diciéndole
verdaderamente, una si trabaja mas” (MA, EP)
Sin embargo ¿Qué ocurriría si las valoraciones sociales se invierten? ¿Qué
sucedería en una sociedad en la que el trabajo doméstico sea tan, e incluso más
valorado que el trabajo productivo? ¿Cuáles serían las condiciones para que un
suceso de esas características tenga lugar? ¿Es posible encontrarlas en el mundo
indígena? Para responder estas inquietudes es indispensable hacer un análisis
previo del contexto social en el que se desenvuelve la vida indígena, y en
particular la vida del pueblo Cañari contemporáneo.
La relación que existe en el campo con la naturaleza es el primer espacio de
delimitación contextual. Mientras que para la mayoría de habitantes de la ciudad,
la naturaleza cobra importancia principalmente en tanto se logra concienciar sobre
su destrucción progresiva (noción también ligada a la conceptualización utilitarista
de la naturaleza como fuente de recursos y sobre todo de energía); en el campo
85 Sofía Valenzuela
David Barzallo