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mucho más profunda y que va más allá de definir a quien en una pareja le
corresponde tal o cual rol por razones machistas y de imposición de poder.
Aquí es donde entra una postura crítica, postulada ya en las postrimerías de la
década de los 70 y que concibe a la complementariedad como un ejercicio radical
de libertades y derechos. Es preciso sumarle entonces el término “igualitaria” al
sustantivo “complementariedad”. Aunque, como corriente académica no resulte
una de las más aceptadas ni seguidas, el feminismo de la complementariedad, así
planteado, propone un escenario interesante: Revalorizar tanto al hombre como a
la mujer en función de un principio de igualdad en derechos y complementariedad
en lo cotidiano. No se pretende abandonar ni las características propias de las
diversas masculinidades o femineidades sino buscar puntos de encuentro
(complemento) que a su vez no impliquen injusticias. El rol de la paternidad, tan
descuidado por tantas otras corrientes feministas adquiere, aquí, una importancia
vital en la medida en que el hombre adquiere conciencia y ejerce su derecho a la
crianza, a la compañía, a la ternura, etc.
Ahora ¿Es posible encontrar un puente entre la postura crítica a la
complementariedad conservadora que plantean las académicas navarras
mencionadas anteriormente y las nociones andinas de complementariedad,
específicamente en el pueblo cañari?
En este sentido es necesario dejar en claro que la asignación de roles en el
mundo amerindio, corresponde a una serie de circunstancias y antecedentes;
nada es dejado al azar, y cada una de las asignaciones corresponden a una forma
de ver el mundo diferente a la que estamos acostumbrados los occidentales o
gente de la ciudad, y sencillamente se trata de diferentes vibraciones y formas de
entender la vida. 20
20 Mader, Elke et. Al. Op cit; 1997
67 Sofía Valenzuela
David Barzallo