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dueña única de una parcela de terreno. Ni por herencia ni por adquisición, e
incluso en un par de casos en que debido a la muerte del marido la tierra era
administrada por la viuda, éstas no se consideraban como dueñas legítimas por
parte la familia ampliada. La tierra pertenecía, aparentemente, solo a los hombres.
Su repartición estaba ligada directamente a la conformación de los núcleos
familiares en los que existiese un patriarca, esposo varón.
“No, para tener tierra hay que casarse, no yo de donde voy a comprar jajaja,
no” (MT, ES)
Esta experiencia, que no es aislada (existen por lo menos otras 4 organizaciones
de mujeres en la parroquia Socarte, y al menos unas 25 en la zona de la cuenca
alta del Rio Cañar), nos permite configurar un escenario de la participación
económica de las mujeres Cañaris en la actualidad. Independientemente de su
capacidad organizativa, productiva o administrativa (existen experiencias muy
sólidas y de larga trayectoria) parecería que todas estas experiencias comparten
algunos rasgos comunes:
- Sus orígenes tienen correspondencia con los roles femeninos, aunque
desde una comprensión diferente a la del mundo “occidental”
- El fuertísimo vínculo de “pareja” trasciende en las actividades económicas
de las mujeres, ya que ninguna de las experiencias visitadas o revisadas
excluye su funcionalidad familiar.
- El deterioro que en términos económicos supone el capitalismo para las
experiencias comunitarias se expresa con mayor fuerza para el caso de las
mujeres. Al estar este sistema basado en la noción de salario por fuerza de
trabajo (y no en el intercambio recíproco de fuerza de trabajo que regía la
95 Sofía Valenzuela
David Barzallo