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al denunciar las agresiones. Qué hipocresía la de las campañas institucionales quelanzan incesantemente el mensaje “ante los malos tratos, mujer, denuncia”.La hipocresía es especialmente grave teniendo en cuenta la alta incidencia deesta violencia sobre las mujeres inmigrantes. Según datos del Observatorio Estatal deViolencia de Género, las agresiones mortales basadas en el género muestran unasobrerrepresentación tanto de víctimas como de agresores de nacionalidad extranjera.Según Amnistía Internacional, en 2007, la tasa por millón de mujeres extranjerasasesinadas por sus parejas o exparejas era casi seis veces mayor que la tasa en el caso delas españolas. En 2011, de las 61 mujeres asesinadas, 22 eran extranjeras, lo querepresenta un 36% de las víctimas.Los motivos para estas altas cifras son varios, muchos de ellos relacionados conla posición de vulnerabilidad en que la ley de extranjería coloca a las inmigrantes. Así,las mujeres temen que denunciar la violencia de sus compañeros pueda poner en riesgosu estancia en el país o perjudicar su proceso de regularización. Además, numerososinformes apuntan a la dependencia económica del agresor como un factor importante ala hora de mantener la relación con ellos. Hasta 2009, además, la autorización deresidencia de las mujeres reagrupadas estaba condicionada a la convivencia con elreagrupante y no las autorizaba a trabajar.Interesa, en cualquier caso, hacer una mención crítica al abordaje institucional ylegislativo de la violencia, que coloca una atención desmedida en la violencia másextrema –mujeres asesinadas– y enfatiza la denuncia de las mujeres como mecanismocasi exclusivo para salir de esa violencia y acceder a los servicios y recursos socialesdisponibles.Por una parte, poner el foco sobre las asesinadas ensombrece, cuando no oculta,el entramado en el que la violencia machista se genera y desarrolla. Por otra, el acentosobre la denuncia contiene el riesgo de reducir la lucha contra la violencia a ese únicomomento y de mostrar las trayectorias de las mujeres maltratadas como un procesolineal, en el que la intervención de las instituciones con ellas como víctimas cobre unaimportancia desmedida. Así, la sociedad se puede desentender porque de la violenciamachista ya se encargan el Estado y la policía. Esta mirada coloca la responsabilidad desufrir violencia sobre las propias mujeres e ignora su capacidad de generar estrategiasde supervivencia alternativas, que no pasan por la intervención estatal –de la que,además, las mujeres inmigrantes tienen razones fundadas para desconfiar.141

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