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La mujer habitada

Gioconda Belli (1988)

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<strong>La</strong> Mujer Habitada<br />

Gioconda Belli<br />

Pláticas intercambiando breves informaciones sobre carreras y otros rumores se sucedieron en la<br />

noche, envueltas todas en un ambiente de civilidad y cortesía. Era imposible saber que pensaban<br />

realmente aquellas caras amables y sonrientes que se detenían por la mesa.<br />

Bailó con sus conocidos de la pandilla: con Antonio indagando tenaz sobre Felipe; Jorge y sus<br />

chistes. Con ellos se divertía. No le era difícil abatir pestañas y coquetear su "simpatía".<br />

A ratos, retornaba la extrañeza. Su mente proyectaba las imágenes de Sebastián, Flor y Felipe; el<br />

entierro del médico que todos parecían haber olvidado. Uno que otro comentó la suerte de que el<br />

baile no se hubiese cancelado, el temor que habían experimentado de que el desastre los envolviera.<br />

Sus viejas amigas del colegio le hablaron de sus planes de boda, los pretendientes, las modas y<br />

los últimos anticonceptivos.<br />

De vez en cuando captaba la mirada de Adrián observándola burlesco y curioso.<br />

Estaba segura que Adrián se daba cuenta que estaba actuando, pero jamás sabría por qué lo<br />

hacía.<br />

Intentó sacarla a bailar, pero <strong>La</strong>vinia, consciente de que la sometería a interrogatorio, fingió no<br />

poder acomodarlo entre las múltiples solicitudes.<br />

—Deberíamos irnos —dijo finalmente—, no puedo bailar más. Mis pobres pies están<br />

destrozados...<br />

Sara, que ya empezaba a bostezar, apoyó la idea.<br />

—Sí, vámonos —dijo—, me estoy muriendo de sueño.<br />

Salieron dando la vuelta por la terraza de la piscina para evitar la aglomeración del salón de<br />

baile. En el estacionamiento, vio de lejos a sus padres montar en su vehículo y salir. <strong>La</strong> habían<br />

estado observando cuando bailaba cerca de su mesa, cruzándose con ella miradas indescifrables.<br />

—Estuviste encantadora —dijo Adrián, cuando recorrían el camino de regreso.<br />

—¿Me porté simpática, verdad? —dijo <strong>La</strong>vinia, haciéndose la tonta.<br />

—Vos sos simpática —dijo Adrián— cuando sos lo que sos y no pretendes hacerte la <strong>mujer</strong><br />

liberada, independiente...<br />

—Yo soy liberada e independiente —dijo <strong>La</strong>vinia—. No te confundas.<br />

—Nunca entenderé a las <strong>mujer</strong>es —respondió Adrián.<br />

Se quedaron en silencio escuchando la respiración acompasada de Sara que dormía en el asiento<br />

delantero.<br />

¿Es nostalgia lo que siente? Yo muchas veces sentí nostalgia por la vida de mi tribu. Pero en<br />

mi caso no hubo regreso posible. Lo que abandoné, se disolvió cual un lienzo que se deshace.<br />

Nunca más retornaron las quietas alegrías de los "Calmecc", donde nuestros maestros nos<br />

enseñaban las artes del baile y del tejido; jamás volví a engalanarme para las ceremonias<br />

sagradas con las que recibíamos el regreso del sol, después de los últimos días del año; los días<br />

nefastos cuando todos nos guardábamos y ayunábamos y no nos era permitido a los jóvenes<br />

bañarnos en el río o divertirnos cazando peces en el lago.<br />

Extraños son los sentimientos de <strong>La</strong>vinia; punzantes, cual dardo. Mezcla de veneno y miel.<br />

Toda ella es una tela confusa, un brazo que dijera adiós, que amara y odiara a un tiempo. Y es<br />

por cierto confuso este tiempo donde se suceden acontecimientos dispares cual si dos mundos<br />

existiesen uno al lado del otro, sin mezclarse. Un poco como ella y yo, habitando esta sangre.<br />

Se quitó el vestido rojo. Lo tiró sobre la silla. Lo vio convertirse en un bulto informe de pliegues<br />

y destellos bajo el haz de luz que provenía del baño. Se lavó la cara, el maquillaje negro de los ojos.<br />

Le divirtió ver a Felipe en su cama, esperándola, fingiendo dormir.<br />

Estaba segura que la observaba con los ojos entrecerrados. Por eso dio a sus movimientos una<br />

movilidad teatral. Se paró desnuda frente al espejo del baño, limpia ya de vestigios de la fiesta,<br />

antes de caminar descalza hacia la cama. Recordaba un trozo de alguna novela de Cortázar donde el<br />

hombre observa a la <strong>mujer</strong> verse sola frente al espejo, desnuda.<br />

—¿Qué tal te fue? —preguntó Felipe, con la voz pastosa, como si despertara, no bien ella<br />

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