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La mujer habitada

Gioconda Belli (1988)

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<strong>La</strong> Mujer Habitada<br />

Gioconda Belli<br />

caricias, el juego lánguido hasta llegar a la exasperación, hasta provocar el rompimiento de los<br />

diques de la paciencia y cambiar el tiempo de la provocación y el coqueteo por la pasión, los<br />

desatados jinetes de un apocalipsis de final feliz.<br />

Sus cuerpos se entendían mucho mejor que ellos mismos, pensaba, mientras sentía el peso de<br />

Felipe acomodarse sobre sus piernas, agotado.<br />

Desde el principio se descubrieron sibaritas del amor, desinhibidos y púberes en la cama. Les<br />

gustaba la exploración, el alpinismo, la pesca submarina, el universo de novas y meteoritos.<br />

Eran Marco Polo de esencias y azafranes; sus cuerpos y todas sus funciones les eran naturales y<br />

gozosas.<br />

—No dejas de sorprenderme —le decía él, tirándole cariñosamente del pelo en la mañana—, me<br />

has hecho adicto de este negocio, de esos quejiditos tuyos.<br />

—Vos también —respondía ella.<br />

<strong>La</strong> cama era su Conferencia de Naciones, el salón donde saldaban las disputas, la confluencia de<br />

sus separaciones. Para <strong>La</strong>vinia era misterioso aquello de poderse comunicar tan profundamente a<br />

nivel de la epidermis cuando frecuentemente se confundían en el terreno de las palabras. No le<br />

parecía lógico, pero así funcionaba. En ese ámbito habían conquistado la igualdad y la justicia, la<br />

vulnerabilidad y la confianza; tenían el mismo poder el uno frente al otro.<br />

"Es que hablar muchas veces enreda" decía Felipe y ella discutía que no. Es más, estaba<br />

convencida que no era así, hablando se entendían los seres humanos. Lo de los cuerpos era otra<br />

cosa, un impulso primario extremadamente poderoso pero que no saldaba las diferencias, aun<br />

cuando permitiera las reconciliaciones tiernas, las caricias de nuevo. Era más bien peligroso,<br />

argumentaba ella, pensar que los conflictos se resolvían así. Podían acumularse bajo la piel, irse<br />

agazapando entre los dientes, corroer ese territorio aparentemente neutral, agrietar la Conferencia<br />

de Naciones.<br />

Era portentoso que aún no hubiese sucedido, teniendo en cuenta los frecuentes encontronazos.<br />

Tal vez se debía a que, en el fondo, cuando discutían, <strong>La</strong>vinia separaba al Felipe que amaba del<br />

otro Felipe, el que ella consideraba no hablaba por sí mismo, sino como encarnación de un antiguo<br />

discurso lamentable: su niño malo que ella deseaba redimir, expulsar del otro Felipe que ella<br />

amaba.<br />

Flor solía decirle que era demasiado optimista pensando poder liberar a su Felipe del otro Felipe;<br />

pero le concedía la esperanza.<br />

<strong>La</strong> esperanza era quizás el mecanismo que le permitía conservar la música cuando hacían el<br />

amor, aunque quizás fuera solamente un mecanismo de defensa inventado por ella contra la<br />

desilusión y el pesimismo de pensar en la imposibilidad de un cambio... ¿Cómo creer tan<br />

fervientemente en la posibilidad de cambiar la sociedad y negarse a creer en el cambio de los<br />

hombres? "Es mucho más complejo" opinaba Flor, pero a ella no le satisfacían esas teorías. No<br />

negaba la complejidad del problema, ni era ilusa de pensar en soluciones fáciles. Le parecía que el<br />

meollo del asunto era un problema de método. ¿Cómo se provocaba el cambio? ¿Cómo actuaba la<br />

<strong>mujer</strong> frente al hombre, qué hacía para rescatar al "otro"?<br />

Se abrazó a la espalda de Felipe dormido y dejándose invadir por el sueño se evadió de aquellas<br />

incertidumbres.<br />

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