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<strong>La</strong> Mujer Habitada<br />
Gioconda Belli<br />
ropas desteñidas y viejas, remendadas incontables veces. Con las diminutas piernas se esforzaban<br />
por trepar a lo alto de la locomotora. A un lado, sobre el césped, los canastos y bateas de dulces,<br />
cigarrillos y chiclets, que sus madres los enviaban a vender al parque, yacían abandonados al<br />
picoteo de uno que otro pájaro.<br />
Más tarde, cuando llegaran los niños ricos con las niñeras vestidas de pulcros uniformes y<br />
delantales blancos, ya ellos no podrían jugar en el tren. Tendrían que conformarse con mirar los<br />
juegos desde los andenes del parque, mientras balanceando su mercancía, pregonarían con sus<br />
vocecillas chillonas: "laaaas cajetas, laaaas cajetas..."; "aquí van loooooos cigarrillos...".<br />
Minutos después, Flor se acercó por la vereda. Traía el morral donde guardaba sus ropas de<br />
enfermera al salir del hospital. Aún podían verse, bajo el ruedo de los desteñidos bluejeans, las<br />
gruesas medias blancas y los zapatos austeros del oficio, en contraste con la floreada blusa.<br />
Lucía cansada, ojerosa. Ya a <strong>La</strong>vinia le había parecido, cuando la encontrara días atrás, que Flor<br />
había perdido peso; ahora, el rostro afilado no dejaba lugar a las dudas, estaba bastante más<br />
delgada. Sin embargo, los ojos le brillaban y sus movimientos eran nerviosos, los ritmos corporales<br />
alterados por la prisa.<br />
—Hola —le dijo, inclinándose para darle un beso en la mejilla y palmaditas en el hombro—,<br />
perdóname que me retrasé un poco. No encontraba bus. Se me descompuso el carro otra vez. Creo<br />
que esta es la definitiva.<br />
El carro de Flor, "Chicho", como le decían, había entrado en una vejez decadente y decrépita<br />
que lo mantenía en el "hospital" constantemente.<br />
—¿Lo llevaste al "hospital"?<br />
—Creo que ni lo voy a llevar ya. No vale la pena. Lo reparan y a los pocos días, se vuelve a<br />
descomponer. Tal vez pueden venderlo como chatarra. Me da pesar porque le tengo cariño, pero la<br />
verdad es que ya está "anciano".<br />
—De todas formas podemos seguir usando mi carro —dijo <strong>La</strong>vinia.<br />
—De eso vamos a hablar —dijo Flor, sacando un cigarrillo y removiendo el interior del bolso,<br />
buscando el encendedor.<br />
En silencio, tensa, <strong>La</strong>vinia esperó que encontrara el chispero y expeliera, finalmente, una gran<br />
bocanada de humo.<br />
—Bueno —dijo Flor, con el tono de quien inicia una conversación importante—. Me imagino<br />
que te habrás dado cuenta de que estamos más ocupados que de costumbre.<br />
<strong>La</strong>vinia asintió con la cabeza. Sin saber de qué se trataba había percibido el incremento de la<br />
actividad a su alrededor. Le entristecía no ser partícipe, pero estaba consciente que el Movimiento<br />
tenía sus reglas no escritas, sus ritos y noviciados.<br />
—Están pasando cosas... —dijo Flor. De pronto, levantó la cabeza y la miró fijamente—. ¿Vos<br />
ya hiciste juramento?<br />
—No —dijo <strong>La</strong>vinia, recordando haber leído en los folletos aquel lenguaje a la vez hermoso y<br />
retórico, el pacto simbólico, el compromiso formal de ingreso al Movimiento.<br />
Flor removió de nuevo en su bolso (parecía uno de aquellos bultos infantiles repletos de tesoros<br />
que los niños suelen guardar bajo la cama) y sacó el folleto que <strong>La</strong>vinia reconoció era el de los<br />
Estatutos, al tiempo que el reflejo del miedo le hizo mover la cabeza de un lado al otro del parque.<br />
Sólo los niños seguían jugando. Se tranquilizó.<br />
—Poné tu mano aquí, sobre el folleto —dijo Flor, acomodándolo encima del libro en el que<br />
fingían estudiar.<br />
—Levanta tu otra mano... aunque sea un poquito —le dijo susurrando una sonrisa— y decí<br />
conmigo...<br />
Fue repitiendo en voz baja las palabras que Flor sabía de memoria, las del Juramento. <strong>La</strong>s dos<br />
casi sin darse cuenta susurraban aquellas frases hermosas, grandilocuentes. El parque y el árbol<br />
convertidos en catedral de ceremonia. <strong>La</strong>vinia sintió una confusa mezcla de emoción, miedo e<br />
irrealidad. Sucedía todo tan rápido. Trató de concentrarse en el significado de las palabras, asimilar<br />
aquello de estar jurando poner su vida en la línea de fuego para que el amanecer dejara de ser una<br />
tentación; los hombres dejaran de ser lobos del hombre; para que todos fueran iguales, como habían<br />
sido creados, con iguales derechos al gozo de los frutos del trabajo... por un futuro de paz, sin<br />
dictadores, donde el pueblo fuera dueño y señor de su destino... Jurar ser fiel al Movimiento,<br />
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