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La mujer habitada

Gioconda Belli (1988)

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<strong>La</strong> Mujer Habitada<br />

Gioconda Belli<br />

tocando lo que no debe. Ya sabe usted... dejar el licor al alcance de las sirvientas es como<br />

despedirse de él. Se lo roban. Siempre tienen un novio o un pariente a quién dárselo. Por eso mandó<br />

a construir ese bar, con la refrigeradora allí mismo; todo con llave. Es la única manera. Al principio<br />

a mí me costó acostumbrarme a andar desenllavando muebles cada vez que necesitaba algo... en mi<br />

casa no se enclavaba nada, pero, claro, no es lo mismo...<br />

—¿Desde hace cuánto vive con ellos? —preguntó <strong>La</strong>vinia.<br />

—¡Uhhh!. Desde que nació el niño... trece años. Sí, trece años. Es tremendo cómo pasa el<br />

tiempo, ¿verdad?<br />

—¿Y su familia de dónde es?<br />

—De San Jorge. Mi papá era administrador de "<strong>La</strong> Fortuna". <strong>La</strong> conoce, ¿verdad? Es la<br />

hacienda de tabaco del Gran General. Allí fue que se conocieron mi hermana y mi cuñado...<br />

Entonces, él apenas era custodio del Gran General. Llegaban con frecuencia a la hacienda. Al Gran<br />

General le gustaba llevar invitados los fines de semana a montar a caballo, bañarse en el río... era<br />

bien alegre cuando llegaban. Se armaban unos grandes jolgorios, se mataban reses, cerdos y claro,<br />

mi hermana era joven y bonita... Florencio se enamoró de ella. Después se casaron. El Gran<br />

General fue el padrino. Ascendió a Florencio como regalo de boda y así le fue tomando más y más<br />

confianza, hasta ahora que ya es general... ¡quién hubiera dicho en aquel tiempo! —hizo una pausa<br />

como recordando—. Como yo nunca me casé, cuando tuvieron el niño me pidieron que viniera con<br />

ellos, para ayudarles en el cuido... Mi hermana nunca ha sido muy dada a los niños... Yo era sola.<br />

Mi papá ya se había muerto —de asma se murió el pobre— y mi madre murió cuando yo nací... así<br />

que contenta me vine. En realidad, mi ilusión era estudiar para monja, pero, en fin, igual sirvo a<br />

Dios en esta casa... después de todo, la vida de las monjas es muy dura y a mí me gustan ciertas<br />

cosas de la vida... <strong>La</strong>s prendas, por ejemplo —dijo señalando sus pulseras y sonriendo con<br />

picardía—, me encantan. Y me encanta ir a los bailes y ver a la gente elegante, bien vestida. Y no<br />

bailo, pero me encanta ver bailar... a propósito, ¿qué tal le fue en el baile?<br />

<strong>La</strong>vinia terminaba la coca-cola. Nunca hubiera imaginado tan parlanchina a la señorita Montes.<br />

—¡Ah! Me fue muy bien. Fue un baile espectacular —dijo—, cada año son mejores esos bailes,<br />

más lucidos, con más adornos. A mí también me encanta ver a la gente, sobre todo en esas<br />

ocasiones... Bailé toda la noche... —sonrió, divertida de su propio sarcasmo.<br />

—Es una lástima que no hayamos podido ir —dijo ella— pero el próximo año seguro que<br />

vamos...<br />

—¿Y el baile del casino? —pregunto <strong>La</strong>vinia.<br />

—¡Ah! También fue bonito, pero usted sabe, no es lo mismo; el mas famoso es el baile del<br />

Social Club. Ese al que fuimos nosotros no tiene tradición. Creo que el Gran General acertó en<br />

ofrecerlo y estuvo bien, la comida riquísima, champán gratis, tres orquestas, show y todo, pero sólo<br />

debutaron cinco muchachas y no eran muy bonitas que se diga... morenitas, pelito lacio, sin<br />

gracia...<br />

Este es el fin de las ilusiones de los muchachos, pensó <strong>La</strong>vinia, recordando las conjeturas que se<br />

hacían sobre la hermana solterona porque era callada y parecía esconder algo tras su timidez.<br />

Seguramente sólo se callaba frente a la hermana y el marido. Ahora que estaban solas, por primera<br />

vez, hablaba sin detenerse de su gusto por las fiestas, su vida brillante de ciudad.<br />

—¿Habrá tenido algún contratiempo el general? —preguntó <strong>La</strong>vinia pasado un buen rato,<br />

mirando su reloj.<br />

—No creo —respondió la señorita Montes— llamó para avisar que estaba un poco atrasado.<br />

Debió pasar un momento por la oficina del Gran General, pero aseguró que venía. Casi nunca falla<br />

al almuerzo, ¿sabe? Sólo que sea algo extraordinario... o cuando sale en misiones. Si no, siempre<br />

almuerza aquí en la casa. <strong>La</strong> cocinera es muy buena, le sabe los gustos. Además él no se pierde la<br />

siesta.<br />

El sonido de varios automóviles, estacionando en la calle y un sonoro portazo, cruzaron el<br />

aislamiento del aire acondicionado.<br />

—Ya llegó —dijo la señorita Montes levantándose como movida por un imán que la atrajera en<br />

opuesto sentido al de la gravedad—. Discúlpeme, voy a avisarle que usted está aquí y a llamar a mi<br />

hermana —dijo, saliendo rápidamente de la sala.<br />

En pocos momentos, conocería al general Vela. Nerviosa, se pasó la mano por el pelo. <strong>La</strong> idea<br />

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