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<strong>La</strong> Mujer Habitada<br />
Gioconda Belli<br />
tocando lo que no debe. Ya sabe usted... dejar el licor al alcance de las sirvientas es como<br />
despedirse de él. Se lo roban. Siempre tienen un novio o un pariente a quién dárselo. Por eso mandó<br />
a construir ese bar, con la refrigeradora allí mismo; todo con llave. Es la única manera. Al principio<br />
a mí me costó acostumbrarme a andar desenllavando muebles cada vez que necesitaba algo... en mi<br />
casa no se enclavaba nada, pero, claro, no es lo mismo...<br />
—¿Desde hace cuánto vive con ellos? —preguntó <strong>La</strong>vinia.<br />
—¡Uhhh!. Desde que nació el niño... trece años. Sí, trece años. Es tremendo cómo pasa el<br />
tiempo, ¿verdad?<br />
—¿Y su familia de dónde es?<br />
—De San Jorge. Mi papá era administrador de "<strong>La</strong> Fortuna". <strong>La</strong> conoce, ¿verdad? Es la<br />
hacienda de tabaco del Gran General. Allí fue que se conocieron mi hermana y mi cuñado...<br />
Entonces, él apenas era custodio del Gran General. Llegaban con frecuencia a la hacienda. Al Gran<br />
General le gustaba llevar invitados los fines de semana a montar a caballo, bañarse en el río... era<br />
bien alegre cuando llegaban. Se armaban unos grandes jolgorios, se mataban reses, cerdos y claro,<br />
mi hermana era joven y bonita... Florencio se enamoró de ella. Después se casaron. El Gran<br />
General fue el padrino. Ascendió a Florencio como regalo de boda y así le fue tomando más y más<br />
confianza, hasta ahora que ya es general... ¡quién hubiera dicho en aquel tiempo! —hizo una pausa<br />
como recordando—. Como yo nunca me casé, cuando tuvieron el niño me pidieron que viniera con<br />
ellos, para ayudarles en el cuido... Mi hermana nunca ha sido muy dada a los niños... Yo era sola.<br />
Mi papá ya se había muerto —de asma se murió el pobre— y mi madre murió cuando yo nací... así<br />
que contenta me vine. En realidad, mi ilusión era estudiar para monja, pero, en fin, igual sirvo a<br />
Dios en esta casa... después de todo, la vida de las monjas es muy dura y a mí me gustan ciertas<br />
cosas de la vida... <strong>La</strong>s prendas, por ejemplo —dijo señalando sus pulseras y sonriendo con<br />
picardía—, me encantan. Y me encanta ir a los bailes y ver a la gente elegante, bien vestida. Y no<br />
bailo, pero me encanta ver bailar... a propósito, ¿qué tal le fue en el baile?<br />
<strong>La</strong>vinia terminaba la coca-cola. Nunca hubiera imaginado tan parlanchina a la señorita Montes.<br />
—¡Ah! Me fue muy bien. Fue un baile espectacular —dijo—, cada año son mejores esos bailes,<br />
más lucidos, con más adornos. A mí también me encanta ver a la gente, sobre todo en esas<br />
ocasiones... Bailé toda la noche... —sonrió, divertida de su propio sarcasmo.<br />
—Es una lástima que no hayamos podido ir —dijo ella— pero el próximo año seguro que<br />
vamos...<br />
—¿Y el baile del casino? —pregunto <strong>La</strong>vinia.<br />
—¡Ah! También fue bonito, pero usted sabe, no es lo mismo; el mas famoso es el baile del<br />
Social Club. Ese al que fuimos nosotros no tiene tradición. Creo que el Gran General acertó en<br />
ofrecerlo y estuvo bien, la comida riquísima, champán gratis, tres orquestas, show y todo, pero sólo<br />
debutaron cinco muchachas y no eran muy bonitas que se diga... morenitas, pelito lacio, sin<br />
gracia...<br />
Este es el fin de las ilusiones de los muchachos, pensó <strong>La</strong>vinia, recordando las conjeturas que se<br />
hacían sobre la hermana solterona porque era callada y parecía esconder algo tras su timidez.<br />
Seguramente sólo se callaba frente a la hermana y el marido. Ahora que estaban solas, por primera<br />
vez, hablaba sin detenerse de su gusto por las fiestas, su vida brillante de ciudad.<br />
—¿Habrá tenido algún contratiempo el general? —preguntó <strong>La</strong>vinia pasado un buen rato,<br />
mirando su reloj.<br />
—No creo —respondió la señorita Montes— llamó para avisar que estaba un poco atrasado.<br />
Debió pasar un momento por la oficina del Gran General, pero aseguró que venía. Casi nunca falla<br />
al almuerzo, ¿sabe? Sólo que sea algo extraordinario... o cuando sale en misiones. Si no, siempre<br />
almuerza aquí en la casa. <strong>La</strong> cocinera es muy buena, le sabe los gustos. Además él no se pierde la<br />
siesta.<br />
El sonido de varios automóviles, estacionando en la calle y un sonoro portazo, cruzaron el<br />
aislamiento del aire acondicionado.<br />
—Ya llegó —dijo la señorita Montes levantándose como movida por un imán que la atrajera en<br />
opuesto sentido al de la gravedad—. Discúlpeme, voy a avisarle que usted está aquí y a llamar a mi<br />
hermana —dijo, saliendo rápidamente de la sala.<br />
En pocos momentos, conocería al general Vela. Nerviosa, se pasó la mano por el pelo. <strong>La</strong> idea<br />
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