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La mujer habitada

Gioconda Belli (1988)

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<strong>La</strong> Mujer Habitada<br />

Gioconda Belli<br />

Adrián apagó el aparato. Salieron los tres a la puerta de la casa, moviéndose para pretender que<br />

hacían algo. Se escuchaban disparos aislados en la lejanía.<br />

—¡Ay, Dios mío! —exclamó Sara—. ¿Y ahora qué irá a pasar? Mejor cerramos la puerta<br />

Adrián.<br />

Volvieron a la sala.<br />

<strong>La</strong>vinia fue a la cocina a servirse agua. Su mente proyectaba imágenes de cruentas<br />

persecuciones. Desde la distancia, trataba de enviarle a Felipe mensajes de advertencia para que no<br />

se arriesgara; no valía la pena. Demasiados soldados en la calle. Llevaban las de perder. Aunque<br />

quizás Felipe no pensaría como ella, se dijo. Ellos no pensaban así. Los riesgos los medían de otra<br />

forma.<br />

Salió a la sala. Adrián y Sara estaban sentados en las mecedoras, mirando al jardín, ausentes,<br />

como sin ver. Parecían una fotografía inmóvil, ellos con sus ropas finas y bien cortadas, en medio<br />

de los muebles, los ceniceros y adornos primorosamente colocados, las plantas con las hojas<br />

brillantes, el pequeño jardín interior con las begonias en grandes maceteros. Ella podría haber<br />

escogido eso, pensó <strong>La</strong>vinia, mirándolos como hipnotizada, cual si hubiese penetrado en una<br />

dimensión alternativa: ésta podría haber sido su vida. Todo estaba diseñado para que ella también<br />

hubiese culminado en una casa como ésta, con un marido como Adrián, fumando pensativo. En<br />

algún momento el camino se había bifurcado y ella estaba del otro lado, viéndolos como a través de<br />

un espejo que ya nunca la reflejaría; presa de otras angustias que debía silenciar; que no podían<br />

entrar en este otro mundo inmóvil.<br />

—Me voy —dijo de pronto.<br />

—¿Cómo te vas a ir? —casi gritó Adrián—. ¿Estás loca?<br />

—Nada me va a pasar —dijo <strong>La</strong>vinia, tomando su bolso—. Cerca de mi casa no está pasando<br />

nada.<br />

— ¿Pero para qué te vas a ir sola a tu casa? —intervino Sara, levantándose, alarmada.<br />

—No sé —dijo <strong>La</strong>vinia—. Sólo sé que no aguanto más estar aquí, sin hacer nada.<br />

—Pero si estás con nosotros —dijo Sara—. Cálmate. Sabía que era lo más sabio. Calmarse. Pero<br />

no podía. No podía seguir allí. Tenía que salir de allí.<br />

—Esto no es juego, <strong>La</strong>vinia —dijo Adrián—. Mientras yo esté aquí, no salís de esta casa.<br />

—Vos no sos mi marido —respondió <strong>La</strong>vinia—. Ni tenés por qué decidir qué es lo que hago yo.<br />

Ya me voy. Déjame salir.<br />

Se oyeron más tiros. <strong>La</strong>vinia, frenética, trataba de salir, pero Adrián se interponía entre ella y la<br />

puerta. Y era fuerte; aunque no era muy alto, tenía el cuerpo recio y musculoso.<br />

—Razonemos, <strong>La</strong>vinia, por favor —dijo Adrián—. ¿Para qué querés salir?<br />

No podía responder. Simplemente sentía la necesidad de irse de allí. ¿Cómo explicarles eso?<br />

¿Cómo explicarles que no quería estar en ese mundo al que sentía ya no pertenecer? Pero, poco a<br />

poco, el impulso fue cediendo a la razón. ¿Para qué quería salir? No podía unirse a los<br />

manifestantes que, a esa hora, andarían por las calles, quizás incendiando buses, expresando la<br />

rabia de haber tenido que acompañar silenciosamente el cadáver entre los soldados... No podía<br />

hacer nada más que esperar. Igual que ellos.<br />

¿Por qué la empujé? ¿Qué me llevó a impulsarla hacia afuera allí donde se escuchaban<br />

sonidos de batalla? Ni yo misma lo sé. ¿Sentí la profunda necesidad de medir mis fuerzas? ¿O<br />

fue que en mí resonaron los recuerdos de los bastones de fuego?<br />

No debió haber sucedido. Estoy abatida en ella. No conozco este entorno, sus manejos, sus<br />

leyes. No sé medir estos peligros desconocidos.<br />

Creía estar lejos ya de los impulsos vivos. Pero no es así.<br />

Cuando mi deseo es muy intenso, ella lo siente con la fuerza con que yo lo imagino.<br />

Debo ser cauta. Me apagaré en su sangre.<br />

—No sé qué me pasó —dijo <strong>La</strong>vinia más tarde.<br />

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