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La mujer habitada

Gioconda Belli (1988)

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<strong>La</strong> Mujer Habitada<br />

Gioconda Belli<br />

ninguna persona con "conexiones" que pudiera indagar sobre el paradero de Felipe.<br />

—Deberías traer la radio —dijo Sebastián— a ver si hay alguna noticia.<br />

Él también está nervioso, pensó <strong>La</strong>vinia.<br />

Pusieron la radio en la mesa del centro. Radio Nacional —la emisora oficial, la de los<br />

comunicados sobre las acciones subversivas, transmitía un programa de jazz. Duke Ellington<br />

soplando magistralmente la trompeta.<br />

Afuera los coches rodaban por el pavimento de vez en cuando, interrumpiendo el silencio que<br />

ambos guardaban, apoyados en los cojines que hacían de sofá.<br />

Amigos con conexiones, pensó <strong>La</strong>vinia. Recordaba uno sobre todo; un amigo de sus padres.<br />

Cada Navidad, les enviaba regalos caros y extravagantes: radios diminutas, plumas con relojes.<br />

Ese hombre podría hacer algo, sin duda, pensó. Tenía negocios con el gobierno. Era amigo del<br />

Gran General. Pero, ¿cómo hacer?, se preguntó. Significaría llamar a sus padres, explicarles. Lo<br />

descartó. No podría explicarles nada. "Ella nada tenía que hacer con esa gente" —diría su madre.<br />

¿Y Julián?, pensó <strong>La</strong>vinia, sin desistir, quizás Julián conocía a alguien. Felipe y Julián se<br />

querían. Ella sospechaba, además, que Julián estaba en el secreto. Cuando Felipe incrementaba<br />

demasiado sus salidas misteriosas, lo llamaba a su despacho.<br />

"A veces me desespera" — le decía Felipe— hablándole de Julián, a quien conocía desde la<br />

adolescencia, cuando viajaba a la ciudad a casa de unos parientes. Juntos habían compartido la<br />

aventura de la primera <strong>mujer</strong>. Entraron, uno después del otro, en la habitación mal iluminada del<br />

"Moulin Rouge" —un prostíbulo de luz roja y altos muros misteriosos que <strong>La</strong>vinia recordaba haber<br />

mirado con curiosidad desde la carretera—. Felipe le relató vividamente el olor a encierro, la <strong>mujer</strong><br />

medio abotonándose el vestido cuando él entró, después de Julián.<br />

Una <strong>mujer</strong> joven y atractiva, le contó Felipe. Pareció gozar de verlo desabrocharse los<br />

pantalones, nervioso, como si ella se sintiese poseedora de un antiguo poder. Lo observó con cara<br />

de quien mira un niño hacer sus primeros palotes en el cuaderno lleno de tachaduras.<br />

Él siempre se había imaginado <strong>mujer</strong>es tristes y ajadas en los prostíbulos, pero Terencia tenía<br />

una sonrisa hermosa y decía que en ese negocio había que tener sentido del humor.<br />

Sólo cuando ya estaba encima de ella, derramándose casi inmediatamente con la sola idea de<br />

estar entre las piernas de una <strong>mujer</strong>, sintiendo el túnel húmedo y caliente rodearle el sexo como una<br />

telaraña, una mano misteriosa naciéndole a Terencia del vientre, Felipe recordaba que la sintió<br />

tencirse, ponerse agresiva, gruñir con una rabia oculta. Le contó que lo había empujado diciéndole<br />

"ya sabes como es pues, ya te podés sentir hombre" y Felipe reconocía que, aunque había sido una<br />

manera triste de sentirse hombres, Julián y él salieron orondos, crecidos, de aquel prostíbulo.<br />

Julián podría hacer algo, pensó <strong>La</strong>vinia.<br />

—Felipe tiene un amigo, el jefe de la oficina, Julián. Tal vez pueda averiguar algo —dijo<br />

inclinándose hacia Sebastián, ocupado en buscar noticias en el dial de la radio.<br />

—No es conveniente despertar sospechas, alborotar el avispero antes de tiempo —dijo<br />

Sebastián—. En estas cosas no se puede ser impulsivo. Es peligroso... No hay nada en las noticias<br />

—dijo, sintonizando de nuevo Duke Ellington y la Radio Nacional—. Toca bien ese negro. Es<br />

bueno con su trompeta. ¿Te gusta la música? —preguntó, volviéndose hacia <strong>La</strong>vinia.<br />

Trata de distraerme, pensó <strong>La</strong>vinia, diciendo que sí, le gustaba la música.<br />

—¿No viste en el cine esa película, Woodstock? —preguntó Sebastián.<br />

—Sí —dijo ella— la vi con Felipe.<br />

— ¡Ah! Entonces eras vos... Felipe me contó que la vio con una muchacha que le gustaba. ¿Fue<br />

como hace dos meses, verdad? Debí haber imaginado que eras vos. ¿Cuánto tiempo tienen de andar<br />

juntos?<br />

—Un poco antes de tu balazo —dijo <strong>La</strong>vinia.<br />

—¿Así que mi balazo les sirve de recordatorio? —sonrió Sebastián, tocándose el brazo ya sano.<br />

(Llevaba camisa manga larga ocultando la cicatriz.)<br />

—Sí —dijo <strong>La</strong>vinia—. Así es. Es más, yo podría decir que mi vida se divide en antes y después<br />

de tu balazo.<br />

—Es un honor —dijo Sebastián— pero yo fui sólo un susto pasajero.<br />

—No —dijo <strong>La</strong>vinia, enfática—, no fue sólo eso. Desde entonces, estoy cuestionándome la vida,<br />

dudando...<br />

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