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<strong>La</strong> Mujer Habitada<br />
Gioconda Belli<br />
supervisión del proyecto.<br />
—¿Ah sí? —dijo Romano, mirándola curioso. Tenía un rostro bonachón, de mejillas redondas y<br />
ojos claros, grandes cejas tupidas donde sobresalían algunas canas.<br />
—Sí —dijo <strong>La</strong>vinia—, veo que ya están avanzando con el movimiento de tierra...<br />
—Esta semana lo terminamos —dijo don Romano—. Le presento al ingeniero asistente, el señor<br />
Rizo.<br />
—Así que usted y yo nos vamos a estar viendo aquí —dijo <strong>La</strong>vinia, para provocar la<br />
complicidad del "asistente" del ingeniero.<br />
—Así parece ser —dijo el ingeniero asistente, un hombre joven que <strong>La</strong>vinia calculó podía tener<br />
su misma edad, delgado y tímido.<br />
Actuaba con soltura para no delatar sus sentidos alertas al rechazo de los "hombres" de la<br />
construcción, tan anunciado por Julián.<br />
Pidió a don Romano que le explicara los pasos que seguían para el movimiento de tierra,<br />
señalándole la importancia de medir cuidadosamente la altura de los diferentes niveles sobre los<br />
que se levantarían las bases de la casa, como una manera de asentar su autoridad y el dominio que<br />
ejercía sobre el concepto arquitectónico.<br />
Don Romano habló con calma, respondiendo sus preguntas e inquietudes. Notó que la miraba<br />
detenidamente, casi con curiosidad, pero no sintió animadversación o rechazo de parte de ninguno<br />
de los dos.<br />
El ingeniero asistente era callado. Mantenía los ojos fijos en los planos, asintiendo con<br />
movimientos de cabeza a la conversación de <strong>La</strong>vinia y don Romano.<br />
"Qué suerte la mía que me tocó un tímido", pensó ella. Caminaron luego por el sitio de la<br />
construcción y, finalmente, <strong>La</strong>vinia se despidió.<br />
Don Romano la acompañó hasta el vehículo.<br />
—¿Regresará mañana? —preguntó.<br />
—Sí —dijo <strong>La</strong>vinia—, me va a estar viendo todos los días —añadió con una sonrisa.<br />
—Yo tuve una hija que quería ser arquitecta, ¿sabe? —dijo don Romano—. Pero en vez de eso,<br />
se casó y se murió de parto... En realidad, yo nunca pensé que era correcto que estudiara eso, pero<br />
cuando la veo a usted...<br />
No supo muy bien qué decir: el viejo la enterneció. Le dio varias palmaditas en el hombro, un<br />
"bueno, así es la vida" y partió en su automóvil. <strong>La</strong> confidencia tan espontánea y sorpresiva de don<br />
Romano, la trajo de regreso a la nostalgia. Se pasaba el día distrayéndose para evitar pensar en<br />
Felipe, pero cosas como ésta le recordaban que andaba la piel tierna.<br />
De regreso a la oficina, encontró sobre su escritorio una escueta nota de Felipe. "Pasa por mi<br />
oficina cuando llegues." El corazón le hizo un viaje de ascensor en el cuerpo. Decidió esperar un<br />
rato. No le parecía digno salir corriendo a la primera señal. Llamó a Mercedes, pidió un café y<br />
preguntó si había recibido llamadas telefónicas en su ausencia.<br />
—Mire en su escritorio —dijo Mercedes, pícara, saliendo a traer el café. Regresó casi de<br />
inmediato y mientras lo ponía sobre la mesa, tomándose su tiempo para arreglar primorosamente<br />
una servilleta, le dijo:<br />
—¿Vio la nota que le dejó Felipe?<br />
—Sí —dijo, disimulando su malestar por la curiosidad de Mercedes. Era prácticamente<br />
imposible ocultarle nada de lo que sucedía en la oficina. Tenía métodos misteriosos para enterarse<br />
de todo. En este caso, obviamente y sin ningún misterio, había revisado la superficie del escritorio.<br />
—Deberías quitarte esa mala costumbre de andar mirando lo que hay en los escritorios —<br />
añadió.<br />
—Si es que sólo vine a dejar una correspondencia —dijo Mercedes, haciéndose la inocente— y<br />
la vi. No la dejó doblada ni nada. Yo no ando registrando, si es eso lo que quiere decir...<br />
Con la mano, <strong>La</strong>vinia indicó que no estaba dispuesta a iniciar una discusión con Mercedes.<br />
Moviendo las caderas y con aire de ofendida, ésta salió de la oficina.<br />
"Pobrecita", pensó sintiéndose mal de haberla tratado con dureza, pero todos tenían la misma<br />
queja de Mercedes. Su curiosidad no tenía límites. Ser Celestina o andar ocupándose de la vida<br />
amorosa de los demás, era quizás su manera de compensar los infortunios de su romance. Había<br />
reiniciado su relación con Manuel. Esta vez, sin embargo, con una aparente y evidente dosis de<br />
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