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<strong>La</strong> Mujer Habitada<br />
Gioconda Belli<br />
aclararle lo más pronto posible que no estás dispuesta a dejarte seducir.<br />
—Felipe, por favor, cálmate. ¿Por qué no pensamos cómo enfrentar esto, sin que te alteres? ¿No<br />
te das cuenta que para mí es mucho peor que para vos? No te imaginas cómo me sentí viéndole<br />
esos ojos lujuriosos...<br />
—¿Te fijás? ¿Te fijás por qué no quería yo involucrarte en esta cuestión?<br />
—No puedo creer lo que estás diciendo —dijo <strong>La</strong>vinia, perdiendo la calma—, todos y vos el<br />
primero, estuvieron de acuerdo en que era importante lo de la casa de Vela. ¡Ahora no me vengas<br />
con que no debía haberme involucrado!<br />
—¡Invitándote a una "fiestecita"! ¡Son famosas esas "fiestecitas" de los oficiales! ¡Quién se<br />
habrá creído este hijo de puta que sos vos!<br />
—Una <strong>mujer</strong>. Para él todas las <strong>mujer</strong>es son iguales... —y, bajando la voz, añadió— ¿qué crees<br />
vos que va a decir Sebastián? ¿Crees que piense que es conveniente que vaya?<br />
—No. No vas a ir —lo dijo con una expresión colérica, dominante.<br />
—Felipe, vos no sos mi responsable. Mi responsable es él. Cálmate—dijo <strong>La</strong>vinia, tratando de<br />
razonar—. Acordare cuántas veces me has dicho que el Movimiento es primero y todo lo demás es<br />
secundario... Estás reaccionando como marido ofendido.<br />
—Y vos estás muy tranquila... ¿No será que tenés ganas de ir?—dijo, acusador.<br />
—Me voy —dijo <strong>La</strong>vinia, levantándose—, no voy a permitir que te atrevas siquiera a insinuar<br />
que quiero ir a esa fiesta. Deberías aprender a controlarte...<br />
Salió de la oficina de Felipe, dando un portazo, sin importarle las miradas de los dibujantes, las<br />
cabezas levantándose al mismo tiempo en las mesas de dibujo, siguiéndola hasta que cerró la puerta<br />
de su cubículo.<br />
Pasó casi una semana sin verlo. Se cruzaban en la oficina sin decir palabra, sumidos en el<br />
absurdo de su propio silencio.<br />
El domingo de la "fiestecita", <strong>La</strong>vinia asistió al paseo previsto con Sara y Adrián. Regresó a su<br />
casa temiendo encontrarse con mensajes o automóviles esperándola, cortesía del general Vela. Pero<br />
no encontró nada más que la normalidad de sus plantas y libros; el silencio del entorno sin Felipe.<br />
Lo extrañaba con rabia. No podía comprenderlo o quizás no quería comprender; la<br />
"comprensión" era un arma de doble filo. Ante la actitud de Felipe, le era difícil simplemente<br />
aplicar sus tesis sobre el "otro" Felipe, eximirlo de responsabilidad en nombre de una herencia<br />
ancestral. Él había sostenido su comportamiento a través de varios días, rehuyéndola en la oficina,<br />
ausentándose, reprochándole con su silencio, un supuesto deseo de su parte de asistir a la fiesta de<br />
Vela. Era ridículo, increíblemente absurdo y denigrante que hubiese pensado por un momento que<br />
ella podría tener algún interés personal en ir a la fiesta.<br />
"Son celos, no te preocupes. Los celos son irracionales" —había dicho Sebastián.<br />
Ella preguntó —temiendo la respuesta afirmativa— si la actitud de Felipe había influido en que<br />
se decidiera su no asistencia a la fiesta de Vela. Sebastián explicó que no. Al Movimiento no le<br />
interesaba someterla a una prueba tan difícil y desagradable. Pretendían, más bien, que su relación<br />
con el general se estableciera de forma totalmente profesional. No se había contemplado en ningún<br />
momento estimular los previsibles intentos de seducción del militar, aunque sabían que podían<br />
surgir. Por eso le recomendaron mantener una actitud de distancia.<br />
Lo de Felipe no tenía nada que ver, le reiteró.<br />
Ensimismada, <strong>La</strong>vinia abrió las ventanas para ventilar la casa y refrescar el calor de domingo. El<br />
silencio y placidez del patio contrastaban con su agitación interna.<br />
Lo peor era saber que éste no sería el fin de la relación, tener la íntima certeza de que aceptaría<br />
las excusas de Felipe cuando éstas se produjeran. Pensaba que Felipe apostaba a la distancia para<br />
obtener, cuando decidiera excusarse, una claudicación más segura. <strong>La</strong> idea la irritaba, pero la<br />
enfurecía aún más constatar que esperaba que fuera esto y no algo más ominoso y oscuro lo que<br />
retrasaba sus disculpas.<br />
—¿Qué podré hacer? —dijo en voz alta, mirando al naranjo, hablándole como solía hacerlo a<br />
menudo.<br />
Le pareció escuchar a su tía Inés, ver sus ojos profundos y color de chocolate claro, diciéndole,<br />
"Debes aprender a ser buena compañía para vos misma". Recordó su conversación con Mercedes<br />
en la oficina; los comentarios hechos a Sara.<br />
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