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La mujer habitada

Gioconda Belli (1988)

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<strong>La</strong> Mujer Habitada<br />

Gioconda Belli<br />

aclararle lo más pronto posible que no estás dispuesta a dejarte seducir.<br />

—Felipe, por favor, cálmate. ¿Por qué no pensamos cómo enfrentar esto, sin que te alteres? ¿No<br />

te das cuenta que para mí es mucho peor que para vos? No te imaginas cómo me sentí viéndole<br />

esos ojos lujuriosos...<br />

—¿Te fijás? ¿Te fijás por qué no quería yo involucrarte en esta cuestión?<br />

—No puedo creer lo que estás diciendo —dijo <strong>La</strong>vinia, perdiendo la calma—, todos y vos el<br />

primero, estuvieron de acuerdo en que era importante lo de la casa de Vela. ¡Ahora no me vengas<br />

con que no debía haberme involucrado!<br />

—¡Invitándote a una "fiestecita"! ¡Son famosas esas "fiestecitas" de los oficiales! ¡Quién se<br />

habrá creído este hijo de puta que sos vos!<br />

—Una <strong>mujer</strong>. Para él todas las <strong>mujer</strong>es son iguales... —y, bajando la voz, añadió— ¿qué crees<br />

vos que va a decir Sebastián? ¿Crees que piense que es conveniente que vaya?<br />

—No. No vas a ir —lo dijo con una expresión colérica, dominante.<br />

—Felipe, vos no sos mi responsable. Mi responsable es él. Cálmate—dijo <strong>La</strong>vinia, tratando de<br />

razonar—. Acordare cuántas veces me has dicho que el Movimiento es primero y todo lo demás es<br />

secundario... Estás reaccionando como marido ofendido.<br />

—Y vos estás muy tranquila... ¿No será que tenés ganas de ir?—dijo, acusador.<br />

—Me voy —dijo <strong>La</strong>vinia, levantándose—, no voy a permitir que te atrevas siquiera a insinuar<br />

que quiero ir a esa fiesta. Deberías aprender a controlarte...<br />

Salió de la oficina de Felipe, dando un portazo, sin importarle las miradas de los dibujantes, las<br />

cabezas levantándose al mismo tiempo en las mesas de dibujo, siguiéndola hasta que cerró la puerta<br />

de su cubículo.<br />

Pasó casi una semana sin verlo. Se cruzaban en la oficina sin decir palabra, sumidos en el<br />

absurdo de su propio silencio.<br />

El domingo de la "fiestecita", <strong>La</strong>vinia asistió al paseo previsto con Sara y Adrián. Regresó a su<br />

casa temiendo encontrarse con mensajes o automóviles esperándola, cortesía del general Vela. Pero<br />

no encontró nada más que la normalidad de sus plantas y libros; el silencio del entorno sin Felipe.<br />

Lo extrañaba con rabia. No podía comprenderlo o quizás no quería comprender; la<br />

"comprensión" era un arma de doble filo. Ante la actitud de Felipe, le era difícil simplemente<br />

aplicar sus tesis sobre el "otro" Felipe, eximirlo de responsabilidad en nombre de una herencia<br />

ancestral. Él había sostenido su comportamiento a través de varios días, rehuyéndola en la oficina,<br />

ausentándose, reprochándole con su silencio, un supuesto deseo de su parte de asistir a la fiesta de<br />

Vela. Era ridículo, increíblemente absurdo y denigrante que hubiese pensado por un momento que<br />

ella podría tener algún interés personal en ir a la fiesta.<br />

"Son celos, no te preocupes. Los celos son irracionales" —había dicho Sebastián.<br />

Ella preguntó —temiendo la respuesta afirmativa— si la actitud de Felipe había influido en que<br />

se decidiera su no asistencia a la fiesta de Vela. Sebastián explicó que no. Al Movimiento no le<br />

interesaba someterla a una prueba tan difícil y desagradable. Pretendían, más bien, que su relación<br />

con el general se estableciera de forma totalmente profesional. No se había contemplado en ningún<br />

momento estimular los previsibles intentos de seducción del militar, aunque sabían que podían<br />

surgir. Por eso le recomendaron mantener una actitud de distancia.<br />

Lo de Felipe no tenía nada que ver, le reiteró.<br />

Ensimismada, <strong>La</strong>vinia abrió las ventanas para ventilar la casa y refrescar el calor de domingo. El<br />

silencio y placidez del patio contrastaban con su agitación interna.<br />

Lo peor era saber que éste no sería el fin de la relación, tener la íntima certeza de que aceptaría<br />

las excusas de Felipe cuando éstas se produjeran. Pensaba que Felipe apostaba a la distancia para<br />

obtener, cuando decidiera excusarse, una claudicación más segura. <strong>La</strong> idea la irritaba, pero la<br />

enfurecía aún más constatar que esperaba que fuera esto y no algo más ominoso y oscuro lo que<br />

retrasaba sus disculpas.<br />

—¿Qué podré hacer? —dijo en voz alta, mirando al naranjo, hablándole como solía hacerlo a<br />

menudo.<br />

Le pareció escuchar a su tía Inés, ver sus ojos profundos y color de chocolate claro, diciéndole,<br />

"Debes aprender a ser buena compañía para vos misma". Recordó su conversación con Mercedes<br />

en la oficina; los comentarios hechos a Sara.<br />

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