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La mujer habitada

Gioconda Belli (1988)

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<strong>La</strong> Mujer Habitada<br />

Gioconda Belli<br />

Capítulo 7<br />

LAS NUEVE DE LA NOCHE. El cielo limpio de marzo alardeaba su luna amarilla. El taxi<br />

corría veloz, sorteando el escaso tráfico. <strong>La</strong>s calles, más vacías que de costumbre a esa hora, eran la<br />

única señal visible del efecto de los recientes sucesos.<br />

Con la espalda recostada al lado de la puerta del vehículo, <strong>La</strong>vinia miraba hacia atrás, según le<br />

indicara Sebastián, para cerciorarse de que ningún automóvil inoportuno le seguía la pista.<br />

Tomaban el rumbo de los barrios orientales. Los barrios, pobremente iluminados, aparecían en la<br />

ventana en una sucesión de viviendas rosas, verdes, amarillas; casas humildes e iguales, adornadas<br />

únicamente por el color chillante de sus paredes y alguno que otro jardín.<br />

Dentro del vehículo, el chófer, fumando, escuchaba atento un programa deportivo.<br />

<strong>La</strong>vinia, alerta, no se reconocía en esta <strong>mujer</strong> vigilante. Con suerte, la pesadilla concluiría al día<br />

siguiente. Se mordió las uñas. Viajar en taxi de noche siempre le producía incomodidad, la<br />

sensación de riesgo. Sólo que esta vez no temía al taxista sino la oscuridad rodeándolos en las<br />

avenidas mal iluminadas, la posibilidad de que la siguieran... Rezó calladamente porque nada le<br />

pasara, por encontrar a aquella "Flor" y regresar a su casa sana y salva.<br />

Pasando un puente, a la izquierda, entraron en una calle sin asfaltar. A ambos lados, casas de<br />

tablones irregulares, precariamente acomodados unos sobre los otros, separándose aquí y allá para<br />

formar puertas y ventanas flanqueaban la calle. Al fondo, vio unas cuantas casas de concreto. <strong>La</strong> de<br />

Flor era una de las últimas. Observó desde el taxi el techo de tejas, la estructura de pequeña<br />

hacienda de la construcción y el tosco muro que describiera Felipe.<br />

Al entrar a la calle, miró atentamente a todos los lados. Sebastián y Felipe la alertaron sobre<br />

aparentes transeúntes inocentes, borrachos durmiendo en las aceras, vehículos estacionados con<br />

parejas romanceando: cualquiera de esas señales podía significar peligro, vigilancia de agentes de<br />

seguridad. No vio nada. (Felipe tampoco vio nada, pensaba, rogando que nada anormal sucediera.)<br />

—Aquí es —dijo al taxista.<br />

Pagó y bajó del carro.<br />

El timbre dejó oír un chirrido estridente. Poco después se oyeron pasos, sonido de chinelas<br />

aproximándose.<br />

<strong>La</strong> <strong>mujer</strong> al otro lado de la cancela de hierro, la miró. <strong>La</strong>vinia vio sus ojos seguir al taxi que<br />

levantando polvo salía de la calle hacia la avenida asfaltada.<br />

— ¿Sí? ¿A quién busca? —preguntó la <strong>mujer</strong>, aproximándose a ella.<br />

—A Flor —dijo <strong>La</strong>vinia.<br />

—Soy yo —dijo la <strong>mujer</strong>—. ¿Qué se le ofrece?<br />

<strong>La</strong>vinia extendió el papel que Felipe redactara sobre la mesa del comedor y luego doblara en<br />

forma curiosa.<br />

Él había dicho que, con sólo ver la forma del doblaje, Flor entendería. Sin embargo, la <strong>mujer</strong> lo<br />

abrió y leyó antes de abrirle la puerta. <strong>La</strong> débil luz de la bujía en el alero de la casa, permitió a<br />

<strong>La</strong>vinia observarla; tenía el pelo oscuro ondulado, hasta los hombros; sus facciones eran morenas y<br />

finas, debía andar cerca de los treinta años; fisonomía de enfermera adusta.<br />

Aún conservaba el uniforme blanco. Sólo se había despojado de las medias y los zapatos,<br />

calzaba chinelas plásticas.<br />

—Pasa —dijo, iniciando una sonrisa que suavizó sus facciones casi módicamente.<br />

<strong>La</strong> cancela se abrió con un ruido de sarro, de goznes clamando por aceite.<br />

—Perdona que te hiciera esperar —dijo Flor— En estos días, hay que redoblar las precauciones.<br />

Cruzaron un corredor de abundantes maceteros. Plantas de grandes hojas, helechos, violetas,<br />

begonias, prestaban gracia y calor a la casa vieja y decrépita. Flor la hizo pasar a una sala<br />

acogedora y juvenil, que hizo pensar a <strong>La</strong>vinia en posibles equívocos con la primera impresión de<br />

persona adusta que se había formado de ella. Había discos, libros, mecedoras, más plantas, pinturas<br />

y un afiche de Bob Dylan en la pared. Sobre la ventana que daba al corredor, se derramaba una<br />

enredadera de huele noche.<br />

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