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La mujer habitada

Gioconda Belli (1988)

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<strong>La</strong> Mujer Habitada<br />

Gioconda Belli<br />

—<strong>La</strong>vinia, por favor, no lo hagas más difícil. Por favor. Es terrible pero tenés que aceptarlo.<br />

Felipe estaba muerto. Tenía que aceptarlo. ¿Por qué tenía que aceptarlo? pensó. ¿Por qué tenía<br />

que aceptar que Felipe estaba muerto? Uno no tenía que aceptar nada. Se soltó de los brazos de<br />

Adrián. Se arrodilló de nuevo junto a la cama. Tocó a Felipe. Estaba fresco. Su piel estaba fresca.<br />

No estaba frío. Sólo fresco. Pero no se movía. No respiraba. Tenía que aceptarlo. Estaba muerto.<br />

—¿Felipe? —dijo—.¿Felipe? —y se quedó arrodillada, con la cara caída sobre el pecho, los<br />

hombros desplomados, sin lágrimas.<br />

De nuevo Adrián se le acercó. Le puso la mano sobre el hombro. <strong>La</strong> levantó, la llevó al baño, la<br />

hizo lavarse las manos, la hizo salir de la habitación, ir a la cocina, sentarse en los banquitos de la<br />

cocina mientras le preparaba un café caliente.<br />

—Tenemos que llevarlo al hospital —dijo <strong>La</strong>vinia—. De todas maneras.<br />

—¿Conoces a su familia?<br />

—No. Sólo sé que viven en Puerto Alto.<br />

—¿Y estás segura que podemos llevarlo al hospital? Sé que es difícil para vos, pero hacé un<br />

esfuerzo. Trata de pensar un ratito, si es conveniente llevarlo al hospital. Allí van a hacer preguntas.<br />

¿Qué les vamos a decir? ¿Decime qué pasó? ¿Cómo fue?<br />

—Se metió en un taxi. Tenía que llevarse el taxi, quitárselo al taxista. Prestado, vos sabé cómo<br />

es eso... Pero el taxista no entendió. Creyó que era un ladrón, que le estaba robando. Le disparó a<br />

quemarropa. Después lo trajo hasta aquí... se asustó. Dijo que no iba a llamar a la policía...<br />

—¿Cómo? —dijo Adrián—. No entiendo. Se metió en un taxi, el taxista creyó que era un ladrón<br />

y disparó. Pero, ¿cómo es que lo vino a dejar aquí? ¿Y cómo es que Felipe no le disparó primero?<br />

¿No estaba armado?<br />

—No sé. No sé —dijo <strong>La</strong>vinia—, supongo que sí. Supongo que no le disparó porque el otro lo<br />

hizo primero, porque no pensó que le iba a disparar, ¡qué sé yo! Y después le dijo que era del<br />

Movimiento, que no lo entregara a la policía. Y el hombre no lo entregó, lo trajo para acá.<br />

¡Supongo que así fue! —sorbió el café que Adrián le puso en la mano. Estaba caliente. Era<br />

bueno sentir el calor. Estaba tiritando. Tenía mucho frío. ¿Habría llovido? ¿Por qué tendría tanto<br />

frío? la familia de Felipe... ¿Cómo sería la familia de Felipe?<br />

Adrián se levantó y volvió trayendo una manta. Se la puso sobre los hombros.<br />

—<strong>La</strong> familia de Felipe vive en Puerto Alto —dijo <strong>La</strong>vinia—. Su papá es estibador... ¿Crees que<br />

habría que llamarlos? ¿Habría que llamarlos y entregarles a Felipe?<br />

Pensó "el cadáver", "el cadáver de Felipe". Eso pensó. Pero no lo dijo. No pudo. Empezó a sentir<br />

en el estomago unas horribles ganas de vomitar. Puso el café sobre la mesa y se agarró el estómago,<br />

se dobló sobre sí misma, puso la cabeza sobre sus piernas. Así quería quedarse. No volver a<br />

levantar la cabeza. No volver a ver a nadie. Quedarse con Felipe allí en casa.<br />

—<strong>La</strong>vinia... —dijo Adrián.<br />

No respondió. Empezó a pensar en la mamá de Felipe. ¿Cómo será? ¿Se parecería el hijo a ella?<br />

¡Y qué horror! llegar con Felipe muerto. Se imaginó los gritos de la <strong>mujer</strong>, su mirada dolida. ¿Qué<br />

le pasó? diría, seguramente. El pecho empezó a contraérsele.<br />

Adrián la tocó en el hombro. Le preguntaba si se sentía enferma. Ella soltó un ruido feo que casi<br />

no reconoció como suyo. Un sollozo seco y ronco.<br />

—Llora —dijo Adrián—, te va hacer bien llorar. Levantó la cabeza.<br />

—No hay tiempo —dijo—. No hay tiempo —repitió. Felipe había dicho que tenía que tomar su<br />

lugar. No había tiempo. El amanecer empezaba a clarear en la ventana. A lo lejos, se escuchaban<br />

los gallos.<br />

Adrián tendría que encargarse de Felipe. Felipe que ya estaba muerto. Ella tenía que irse de allí,<br />

irse a la casa, a la casa donde debió haber llegado Felipe. Seguramente lo estarían esperando. El<br />

comando estaría nervioso, pensando en lo que podría haber pasado. Algo podría pasar si ella no<br />

llegaba pronto, si no les avisaba lo que había sucedido. El taxista podría denunciarlos. Se dejó caer<br />

en la silla.<br />

—Adrián, vos te tenés que encargar de Felipe —dijo—. Yo tengo que irme.<br />

Adrián pensó que estaba alterada, que no sabía lo que decía.<br />

—No digas eso, <strong>La</strong>vinia. Vas a ver que lo vamos a resolver juntos. No te pongas así. Cálmate.<br />

Toma un poco más de café.<br />

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