Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
<strong>La</strong> Mujer Habitada<br />
Gioconda Belli<br />
paradas; hombres y <strong>mujer</strong>es con los rostros confundidos en la noche, se aglomeraban con aire de<br />
cansancio bajo las casetas de vibrantes colores con anuncios de jabón, café, ron, pasta de dientes.<br />
"Pude haber sido cualquiera de ellos", pensó desde el mullido asiento de su carro; "de haber<br />
nacido en otra parte, de otros padres, yo podría estar allí, haciendo fila para el bus esta noche."<br />
Nacer era un azar tan terrible. Se hablaba del miedo a la muerte. Nadie pensaba en el miedo a la<br />
vida. El embrión ignorante toma forma en el vientre materno, sin saber qué le espera a la salida del<br />
túnel. Se crea la vida y sin más, se nace. "Menos mal que no somos conscientes, entonces" pensó.<br />
Porque uno podía nacer al amor o al desamor; al desamparo o la abundancia; aunque ciertamente la<br />
vida misma no era responsable, el principio vital hacía su trabajo de unir al óvulo y el<br />
espermatozoide; eran los seres humanos los que creaban las condiciones en los que la vida seguía<br />
su curso. Y los seres humanos parecían marcados por el destino de atropellarse unos a otros,<br />
hacerse difícil la vida, matarse.<br />
"¿Por qué seremos así?", pensaba, cuando llegó a la esquina cercana al puente; una esquina<br />
donde se alojaba un establecimiento comercial, especie de pulpería grande, con el rótulo: "Almacén<br />
la Divina Providencia". ¿Cómo no recordarlo?, sonrió.<br />
Dobló a la izquierda y encontró el puente, la entrada a la calle de Flor.<br />
De nuevo la asaltaron las dudas; dudas sobre el recibimiento que le dispensaría Flor. Pero ya<br />
estaba tan cerca, se dijo. No podía permitir que las dudas la poseyeran, congelaran todos sus actos.<br />
No podía permitirse perder la seguridad en sí misma de la que, desde adolescente, se sintió tan<br />
orgullosa.<br />
<strong>La</strong>s ruedas entraron al camino sin asfaltar. Reconoció las viviendas de madera. Algunas tenían<br />
ahora las puertas abiertas. Mirando a través de ellas se divisaba toda la casa: la única habitación, el<br />
fogón al fondo, la familia sentada en sillas de madera, afuera, tomando el fresco de la noche. Niños<br />
jugando descalzos.<br />
Aparcó el carro al lado del tosco muro de la casa de Flor. Vio que el carro de ella estaba en el<br />
garaje y había luz en la casa. El timbre dejó oír su chirrido y de nuevo <strong>La</strong>vinia oyó el sonido de las<br />
chinelas aproximándose. Mentalmente rogó que Flor la pudiera recibir. Flor se acercó a la puerta y<br />
su rostro se mostró agradablemente sorprendido cuando la vio.<br />
—Hola —le dijo, abriendo el candado de la cancela— ¡qué sorpresa!<br />
—Hola —dijo <strong>La</strong>vinia—. Antes de entrar, quería preguntarte si está bien que te visite... no sabía<br />
si hacerlo o no...<br />
—Ya que estás aquí —dijo Flor— no seas tan ceremoniosa; pasa adelante.<br />
Y le sonrió cálida.<br />
Entraron en la sala; el afiche de Bob Dylan en la pared.<br />
—¿Querés café? —preguntó Flor—. Lo tengo listo.<br />
—Bueno, gracias —dijo <strong>La</strong>vinia.<br />
Flor entró tras la cortina floreada. <strong>La</strong>vinia se sentó en la mecedora, balanceándose y<br />
encendiendo un cigarrillo para dar tiempo al regreso de Flor con el café. Miró los estantes de libros:<br />
Madame Bovary, Los condenados de <strong>La</strong> tierra, Rajuela, <strong>La</strong> náusea, Mujer y vida sexual... títulos<br />
conocidos y desconocidos... Lecturas poco usuales en una enfermera. ¿Quién sería esta <strong>mujer</strong>?, se<br />
preguntó.<br />
Esa que regresaba con dos pocilios esmaltados que puso sobre la mesa.<br />
—¿Y cómo es que se te ocurrió visitarme? —dijo Flor, revolviendo el azúcar en el café,<br />
mirándola con su mirada de árbol.<br />
—Pues no sé cómo se me ocurrió —respondió <strong>La</strong>vinia, ligeramente intimidada— tenía<br />
necesidad de hablar con alguien... Pensé que tal vez no era lo más indicado; aparecerme aquí sin<br />
más, pero también pensé que vos me lo dirías...<br />
—Bueno, usualmente es mejor que no vengas así, sin avisar —dijo Flor— ¿Pero no tenías dónde<br />
avisarme, de todas formas, verdad? Así que no nos preocupemos de eso ahora. Ya estás aquí, y me<br />
da mucho gusto volver a verte.<br />
¿Y qué diría ahora, pensó <strong>La</strong>vinia, cómo empezar a hablar, qué era lo que necesitaba hablar?<br />
—¿Cómo está Sebastián? —preguntó, por decir algo. Flor dijo que estaba bien. Se había<br />
repuesto mejor de lo que ella esperaba. Podía mover bien su brazo. No se había infectado.<br />
—<strong>La</strong> verdad —dijo <strong>La</strong>vinia— es que no sé por qué vine. Me sentí sola. Pensé en vos, en que vos<br />
51