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La mujer habitada

Gioconda Belli (1988)

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<strong>La</strong> Mujer Habitada<br />

Gioconda Belli<br />

que luchar contra esos fantasmas pasados e inconscientes! Su vida estaba ahora en sus manos. De<br />

nada servía encontrar culpables en el pálido tribunal de la tarde disolviéndose en sombras.<br />

<strong>La</strong>s luces del alumbrado público empezaban a encenderse en la calle de Adrián y Sara, animadas<br />

por el reloj automático que las prendía en la oscuridad, diríase mágicamente. Aparcó el automóvil<br />

en la rampa del garaje, detrás del coche de Adrián y caminó despacio hacia la puerta, insegura aún<br />

sobre el enfoque con que debía abordar el tema. Sólo mientras el timbre sonaba hueco en el interior<br />

de la casa, se sobresaltó por no haber tomado en cuenta la presencia de Sara.<br />

Los encontró cenando. Desde su embarazo, Sara lucía una expresión beatífica, cual si hubiese<br />

encontrado en el embrión creciendo en su interior, una milagrosa fuente de paz y sosiego. Su<br />

cuerpo adquiría volumen expandiéndose en líneas curvas y suaves. <strong>La</strong>vinia no podía evitar, cada<br />

vez que la veía, sentir un profundo calor en su vientre, un deseo casi animal de preñez y una ola de<br />

ternura.<br />

—¿Cómo va esa barriga? —dijo mientras le daba palmaditas en la panza y un beso en la mejilla.<br />

—Creciendo... ya ves —dijo Sara, mostrándola con orgullo, tensándose el vestido sobre el<br />

abultamiento.<br />

En efecto, había crecido notablemente. Eran evidentes ya sus cinco meses de embarazo.<br />

<strong>La</strong>vinia saludó a Adrián y se sentó a la mesa.<br />

Comieron los tres entre espacios de silencio interrumpidos por comentarios sobre la cercanía de<br />

diciembre, las navidades, el estado de Sara. Plática trivial entre amigos. A <strong>La</strong>vinia le costaba<br />

concentrarse, preocupada por encontrar la manera de quedarse sola con Adrián.<br />

—Adrián —dijo con súbita inspiración—, necesito, después de cenar, hacerte algunas consultas<br />

sobre el proyecto en el que estoy trabajando.<br />

—¿<strong>La</strong> casa del general? —dijo Adrián, con una sonrisa irónica.<br />

—<strong>La</strong> misma.<br />

—Con mucho gusto.<br />

—¿Tenés pliegos de diseño aquí? —Si lograba llevar a Adrián al estudio, habría resuelto el<br />

problema.<br />

—Sí, claro. En el estudio.<br />

—¿No te molesta, Sara, si trabajamos en el estudio un rato?<br />

—No, no se preocupen. Si no les importa, yo me voy acostar. Tengo mucho sueño. Con esta<br />

barriga, siempre estoy con sueño —dijo, conteniendo un bostezo.<br />

—Se ha vuelto una marmota —dijo Adrián, cariñosamente —lo que debería hacer es buscarse<br />

una cueva para invernar como un oso hasta que nazca el niño.<br />

Rieron todos jovialmente. <strong>La</strong>vinia aliviada por haber encontrado tan fácilmente una solución al<br />

"dónde", retornó a su preocupación sobre el "cómo".<br />

Momentos después terminaron la cena. Sara indicó a la doméstica que les sirviera el café a<br />

<strong>La</strong>vinia y Adrián en el estudio y se despidió de ambos con un beso.<br />

"Sin rodeos" había dicho Sebastián. <strong>La</strong> expresión se repetía una y otra vez en su mente.<br />

Entraron al estudio. Era una habitación pequeña y acogedora, arreglada con amor por Sara,<br />

lógicamente. Los diplomas y títulos de ingeniería de Adrián ocupaban una de las paredes. En la otra<br />

había ilustraciones enmarcadas de planos antiguos, utilizados por los españoles durante la colonia<br />

para la construcción de sus ciudades. Detrás de la mesa de dibujo de Adrián, un estante con libros y<br />

fotografías de la boda. En el centro de la habitación, dos cómodos sofás y una mesita donde la<br />

doméstica colocó la bandeja con el café, saliendo después por la puerta.<br />

Adrián encendió el aire acondicionado, mientras <strong>La</strong>vinia servía modosamente el café en las<br />

tacitas de porcelana.<br />

—Tenés un buen arreglo con este matrimonio... —dijo <strong>La</strong>vinia, en un tono de broma.<br />

—Sí, ¿verdad? —dijo Adrián—. No hay nada mejor que ser señor de su casa y tener una buena<br />

<strong>mujer</strong>...<br />

—Ya empezás con tus cosas...<br />

—Bueno, ya sabes que entre nosotros dos es como una conversación obligada. Como de todas<br />

formas, siempre tocamos el tema, nada malo tiene abordarlo de entrada... —sonrió Adrián.<br />

—Creo que esta vez no vamos a hablar de eso —dijo <strong>La</strong>vinia.<br />

—Sí, ya sé. Vamos a hablar de la casa del general Vela... Te prometo no ser sarcástico, aunque<br />

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