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Agresiones sexuales

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AGRESIONES SEXUALES<br />

En este complejo escenario, el discurso de la prevención se centra en mensajes insistentes<br />

dirigidos a las chicas para que se cuiden, para que no se excedan, y para que logren por<br />

sus propios medios la seguridad que la sociedad es incapaz de proporcionarles.<br />

8.2. EL DISCURSO IMPOTENTE ANTE LA FALTA DE CLARIDAD EN LOS<br />

LÍMITES<br />

¿Cuándo el acercamiento de un chico a una chica pasa a ser una agresión? ¿La chica a la<br />

que le tocaron el culo tiene que denunciarlo? ¿Merece un castigo el chico que le levantó la<br />

falda a su compañera de estudios en mitad del patio? ¿Dónde va con su reclamo la trabajadora<br />

de hogar que se tiene que ir sin cobrar porque el señor que la emplea le ha pedido<br />

que limpie en ropa interior? ¿Y la que abordaron por la calle para preguntarle cuánto cobraba<br />

por un polvo?...<br />

El discurso de la impotencia, otra narración que hemos encontrado en un gran número de<br />

personas participantes en el estudio, se sostiene sobre una dificultad inicial: la de reconocer<br />

claramente y sin ningún tipo de duda los límites de lo que es una agresión sexual.<br />

La falta de claridad en los límites hace que, a pesar de que, en general, se reconoce que<br />

existe un amplio abanico de agresiones <strong>sexuales</strong> de distinta intensidad y con diferentes impactos<br />

en cada mujer, la violación siga siendo el delito más claramente identificado como<br />

agresión sexual. La violación denunciada de inmediato suele ser aquella perpetrada por un<br />

desconocido, en un descampado, de noche y acompañada de una violencia física brutal<br />

(así describe la técnica de un servicio sanitario lo que considera una agresión sexual «de<br />

verdad»).<br />

En buena medida, la falta de consenso sobre los límites está relacionada con el todavía<br />

insuficiente reconocimiento de las mujeres como sujetos con plena capacidad de consentimiento.<br />

Los dos grupos femeninos analizados, el de las chicas jóvenes y el de las mujeres<br />

migradas, son ejemplos de que ese reconocimiento está mermado. En el caso de las jóvenes,<br />

se escuchan argumentos relativos a su incapacidad para gestionar su recientemente<br />

conquistada libertad sexual; en el caso de las mujeres migradas, no se escuchan muchos<br />

argumentos porque su vivencia se encuentra aún oculta y ellas la viven desde su experiencia<br />

de excluidas del ámbito de los derechos.<br />

Con respecto a los chicos, no se escucha casi nada. Los hombres son los grandes ausentes<br />

en el imaginario existente sobre las agresiones <strong>sexuales</strong>. Ellos apenas reflexionan sobre el<br />

tema, se confunden sobre la causa que las genera, algunos siguen creyendo que las cometen<br />

psicópatas o enfermos con un deseo incontrolable y, a pesar de su rechazo rotundo,<br />

cuando son testigos de un acto de agresión se sienten impotentes. Sólo los hombres que<br />

han reflexionado sobre la masculinidad hegemónica tienen clara la necesidad de actuar y<br />

de no pasar por alto estos actos. Su discurso, sin embargo, está centrado en las dificultades<br />

que encuentran para no utilizar la violencia y para reivindicarse como grupo que sufre<br />

también las consecuencias de la socialización patriarcal.<br />

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