Agresiones sexuales
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8. CONCLUSIONES<br />
En contraposición con las dudas sobre los límites —planteadas por hombres, profesorado,<br />
madres y padres—, casi todas las mujeres jóvenes y migradas tienen muy claro dónde se<br />
sitúan: su propio malestar es su mejor indicador, la medida que usan para saber cuándo<br />
los límites han sido traspasados. Las diferentes percepciones sobre dónde están los límites<br />
existen, pero no está aquí el origen de las distintas respuestas; lo que hace que algunas se<br />
paralicen es su desautorización como sujetos, la imposibilidad de oponerse a la autoridad<br />
simbólica y real de un hombre agresor que, además, en demasiadas ocasiones, cuenta con<br />
cómplices activos o silenciosos.<br />
Esa desautorización se hace presente cuando algunas mujeres prefieren callarse a ser mal<br />
interpretadas, o no pueden sostener su respuesta porque el causante niega la agresión humillándola<br />
aún más, o temen causarle al hombre en cuestión un daño «innecesario», o ser<br />
observada con desconfianza… en resumen, temen herir la autoridad masculina cuyo respeto<br />
es un elemento fuertemente enraizado en sus subjetividades.<br />
También temen a la agresión propia porque están acostumbradas a guardar la rabia y<br />
convertirla en impotencia. Las mujeres agresivas no forman parte del mundo del cine, por<br />
ejemplo, más que en contadas ocasiones. Discursos feministas que inciden en la capacidad<br />
cuidadora de las mujeres y en su identificación con la vida y la paz, tampoco han contribuido<br />
a que las mujeres tengan referentes que legitimen simbólicamente su capacidad para<br />
defenderse.<br />
Estos temores se refuerzan desde la figura de la princesa de antaño o la joven moderna<br />
que espera a que llegue el príncipe o el agente secreto a salvarla mientras ella grita asustada.<br />
La capacidad de convertir su rabia en fuerza es una tarea pendiente para las mujeres.<br />
Hemos constatado que sólo las mujeres que se autorizan y confían en la percepción de que<br />
sus límites han sido rebasados (y cuanta más conciencia más bajos suelen ser los límites),<br />
pueden superar la parálisis para defenderse y responder a las agresiones.<br />
También constatamos que la respuesta a la violencia casi nunca deja buen cuerpo a quien<br />
la ejerce, pero la legitimidad de la defensa, la transformación del victimismo en energía, el<br />
énfasis en la capacidad de respuesta más que en el recuento de las penalidades sufridas,<br />
construyen el camino para empezar a derrotar el discurso de la impotencia y comenzar a<br />
construir discursos rebeldes.<br />
El discurso de la impotencia está presente en diversos colectivos:<br />
— Lo reproducen muchas jóvenes y todas las mujeres migradas. Se alimenta de la sospecha<br />
que tienen de que, a pesar de la exhortación a la denuncia, sólo si sufren una<br />
agresión sexual «de verdad» recibirán una respuesta adecuada. No se imaginan denunciando<br />
otras agresiones de «menor» intensidad, pues les llevaría a tener que dar<br />
explicaciones sobre «cómo es que primero dijo que sí aceptaba una relación con un<br />
chico desconocido, pero luego vio algo que no le gustó o se lo pensó mejor y entonces…».<br />
Les parece una situación demasiado embarazosa para vivirla. Pero esta impotencia<br />
genera silencio, pues no sienten que se respalde su malestar ni creen que la<br />
policía sea el estamento adecuado para pedir apoyo.