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efectivamente su encanto, pero yo la recuerdo sin afecto y sin asomo de
nostalgia”. Tot i reconèixer que la seva visió pot estar mediatitzada pel fet de
ser l'escenari del seu exili militar, no s'està d'oferir-ne una visió demolidora:
“Gerona era además una ciudad levítica y parecía totalmente a merced de los
curas y los militares. Los estamentos civiles parecían recónditos y estaban,
cuando se hacían aparentes, sumamente vinculados”. La vida social del jove
Barral, que llavors devia tenir uns 22 anys, té poques oportunitats: “Había
también una infrecuentable sociedad de Casino y Ateneo para terratenientes e
industriales cincuentones”. Però el que més cou a Barral és la dificultat de
contactar amb joves fèmines: “La ausencia de estudios y trabajos excluía de la
vida ciudadana a los adolescentes y a los jóvenes. Para conocer muchachas
había que esperar a las fiestas y bailes tradicionales”. Barral reconeix que al
llarg dels seus sis mesos d'estança a la guarnició només va aconseguir, com a
molt, passejar una dotzena de vegades amb una noia rossa, tan atractiva com
distant. Aquest ambient pudorós i engavanyat per les estrictes normes socials
explicaria l'èxit dels prostíbuls durant els anys 50. El jove tinent, que residia a la
residència d'oficials gaudint d'una llibertat impensable pels reclutes, es va
integrar a una colla que combatia l'avorriment i l'avidesa sexual amb freqüents
visites als prostíbuls de la ciutat. “Seguíamos con una ronda por las tabernas
de tapas del centro y terminábamos en el barrio de las putas, es decir, el de la
catedral. Porque los prostíbulos de la ciudad estaban sabiamente agrupados en
el corazón del casco medioeval, entre las casonas de los canónigos, y tenían
una enorme ventaja sobre los de Barcelona. Como en Méjico, tenían bar y se
utilizaban tanto para la fornicación como para los entretenimientos alcohólicos.
Eran además baratos. Las putas, al margen de la frecuencia con la que uno se
ocupase de ellas, se convertían en camaradas de barra y botella. Y eso hacía
las noches largas y amables. Generalmente, cuando estábamos muy
borrachos, nos quedábamos a dormir. A dormir más bien que a otra cosa.
Aunque no siempre lo confesábamos. Recuerdo haber visto una mañana
regresar a Alberto cantando eufórico las maravillas de su noche eróticoexperimental
que por la tarde nos fue naturalísticamente descrita como una
espesa dormida de borracho”. Potser cal atribuir-ho a la seva vocació
provocadora i anti-convencional, però no deixa de ser curiós que Barral, girant
la truita dels escrits de Josep Pla, ignori la ciutat, bescanti la seva vida social, i