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Tonya Hurley Ghostgirl<br />
La estancia era realmente espaciosa, pero la pareja parecía más interesada en el<br />
techo y la araña de cristal que de éste colgaba. La señora Martin fue la primera que se<br />
fijó en ella y le dio un codazo a su marido.<br />
—¿No te parece preciosa esa antigualla? —dijo.<br />
En ese instante, y gracias a Simón y Simone, la gigantesca lámpara empezó a<br />
mecerse como un péndulo, primero muy despacio y luego más deprisa conforme<br />
ganaba velocidad. Prue se había anclado a la escalinata y tiraba de los gemelos,<br />
quienes a su vez estaban agarrados al candelabro.<br />
—Sí, estas arañas antiguas ciertamente acaban teniendo vida propia —comentó la<br />
señorita Wacksel, sin reparar en cuánta razón tenía.<br />
Los Martin apenas podían moverse, hipnotizados por el vaivén, mientras sus<br />
sombras se aparecían más largas y siniestras a cada pasada de la araña.<br />
—Debe de haber alguna corriente —explicó la señorita Wacksel—. En cuanto<br />
cambien las ventanas verán cómo se acaba el problema.<br />
Prue tiró de Simone más fuerte aún, haciendo que la araña se meciera más deprisa.<br />
Justo cuando se echaba hacia atrás, Scarlet salió del dormitorio de Charlotte,<br />
sobresaltando a Prue.<br />
—¿Y quién diablos eres tú? —espetó Prue, soltando a Simón y Simone. Sin el<br />
anclaje de Prue, los gemelos perdieron el control de la araña, que se precipitó contra<br />
el tabique. Ellos, encaramados a la lámpara, se estrellaron contra la pared, abriendo<br />
en la misma un enorme boquete.<br />
—¡Oh, Dios mío! —gritó la señora Martin a la vez que su marido se interponía a<br />
modo de escudo entre ella y la lluvia de cristales. A cámara lenta, el suceso habría<br />
ofrecido un bello espectáculo, con todos aquellos fragmentos de cristal reflejando la<br />
luz del sol que se colaba por la ventana y precipitándose delicadamente sobre el<br />
suelo como lanzas diamantinas. El señor Martin apartó a su mujer de un tirón en el<br />
mismo instante en que la última esquirla rasgaba el aire e iba a clavarse justo en el<br />
lugar donde la mujer había estado segundos antes, atravesando el suelo.<br />
—¡Podía haberla matado! —exclamó el señor Martin, que ahora intentaba<br />
examinar a su mujer por si se le había clavado alguna esquirla.<br />
La señorita Wacksel estaba muda.<br />
—¿Conque no había termitas, eh? —preguntó él con sarcasmo.<br />
La señorita Wacksel se rehízo una vez más.<br />
—Bueno, eh, estoy convencida de que este, mmm, reciente deterioro se verá<br />
reflejado en el precio —dijo, tratando desesperadamente de volver al tema que les<br />
ocupaba, a la vez que deseaba con todas sus ganas salir de allí con vida además de<br />
con una venta.<br />
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