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Tonya Hurley Ghostgirl<br />
Damen extendió el brazo derecho, el mismo que ella había admirado en el<br />
vestuario, sobre el respaldo del asiento del acompañante mientras conducía.<br />
Charlotte imaginó que lo hacía sobre sus hombros, se enderezó un poco y se recostó<br />
contra él. Estaba ocurriendo de verdad. Al aproximarse un poco más, pareció que el<br />
antebrazo y la mano de él descendían un tanto, estrechando el hombro de ella y<br />
pegándose a su pecho. Jamás le había tenido tan cerca ni había gozado de tanta<br />
intimidad con nadie.<br />
—¿Es que quiere meterme mano? —dijo Charlotte esperanzada con una risita.<br />
Echó la cabeza atrás disfrutando de la brisa, pero un silbido rompió bruscamente<br />
el clima romántico y los ojos de Charlotte se llenaron de temor.<br />
—¡Por Dios, Pam! —gritó a la vez que se volvía hacia el asiento trasero.<br />
Allí estaba Picolo Pam, mirándola como un padre que acabase de encender las<br />
luces del sótano para interrumpir una sesión maratoniana de besos y revolcones.<br />
—¿Qué pasa? De alguna forma tengo que comunicarme con él, ¿no? —le dijo a<br />
Pam en su tono de voz más persuasivo—. Bueno, ya sabes, a lo mejor esto de la<br />
muerte consigue unirnos.<br />
—Ya veo, ¿así que crees que estar muerta va a ayudarte en el terreno sentimental?<br />
—refunfuñó Pam—. Vas a ver cuando se enteren las que se han operado las tetas.<br />
Como Charlotte no diera muestras de ceder, Pam puso los ojos en blanco y<br />
desapareció tan rápido como había aparecido. Estaba claro que no iba a desperdiciar<br />
su muerte haciendo de carabina.<br />
Charlotte estaba tan obsesionada con ver dónde dormía Damen y revolver entre<br />
sus cosas que ni por un instante no se le ocurrió pensar que tal vez no se dirigía<br />
directamente a casa. Cuando el coche se detuvo junto a la acera delante de una gran<br />
mansión, Charlotte se percató de que el acceso al garaje estaba vacío. Aquélla no era<br />
su casa. Se trataba, no obstante, de una casa por delante de la cual Charlotte había<br />
pasado con su coche en sobradas ocasiones, sólo para ver su rutilante deportivo rojo<br />
aparcado delante tardes, e incluso a veces noches, enteras.<br />
No, no era un caserón cualquiera. Era la casa de Petula.<br />
Y por si no fuera suficiente, allí estaba Petula para confirmarlo: bajó a toda prisa el<br />
largo y cuidado paseo de pizarra para recibir a Damen y frenó de golpe contra la<br />
puerta del acompañante.<br />
—¡Date prisa, mis padres están a punto de llegar! —dijo, instando a Damen a salir<br />
del coche a la velocidad de la luz y correr tras ella paseo arriba.<br />
La idea no es que fuera muy brillante, pero Charlotte los siguió. Camino arriba se<br />
fue hasta delante de la casa, a toda prisa, ajena a la agitada bandada de mirlos que<br />
ahora revoloteaba sobre su cabeza. Llegó a la puerta una milésima de segundo tarde<br />
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