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Tonya Hurley Ghostgirl<br />
La Residencia Muerta, así llamaban los chicos muertos a Hawthorne Manor,<br />
podría resultarles deprimente a otros, pero para Charlotte era como una comunidad.<br />
Ya nunca tendría la oportunidad de vivir en una residencia universitaria, y ésta, para<br />
ella, era lo mejor y lo más parecido.<br />
¿Tendría una compañera de habitación? ¿Pasarían la noche en vela charlando sin<br />
parar? ¿Estudiarían juntas y tendrían códigos secretos por si alguna de ellas invitaba<br />
a un chico a pasar la noche? ¿Compartirían la ropa y sufrirían incontrolables ataques<br />
de risa? ¿Pedirían una pizza a las tantas mientras estudiaban para pasar el día<br />
siguiente entero quejándose de los kilos de más? No. En el fondo sabía que no sería<br />
así y que eran cosas a las que debía renunciar, pero al fin y al cabo se trataba de una<br />
«residencia», y eso significaba que no estaría sola. Eso, para ella, era más que<br />
suficiente.<br />
Estos y otros pensamientos ocupaban su mente mientras se dirigía a toda prisa a la<br />
reunión. Era extraño, pero aun cuando se tratara de la primera vez que iba a<br />
Hawthorne Manor, el instinto la guió hasta allí, igual que un GPS del mundo<br />
espiritual. No había ningún Flautista de Hamelín ni, en particular, ninguna Piccolo<br />
Pam que la guiasen, pero sentía la llamada de todas formas.<br />
Al doblar la esquina de la calle larga y solitaria, supo instantáneamente a qué casa<br />
dirigir sus pasos. Se trataba de una destartalada mansión victoriana, todavía hermosa<br />
en su decrepitud, una de esas propiedades caras que fueron el orgullo del barrio<br />
hasta que las mansiones chabacanas de los nuevos ricos y el tiempo erosionaron su<br />
grandeza.<br />
No obstante, contemplada desde la nueva «perspectiva» de Charlotte, poseía un<br />
gran carácter: una estructura formidable aún, cubierta de hiedra, con imponentes<br />
gabletes, miradores apoyados sobre ménsulas ornamentadas y ventanales de arco<br />
apuntado con vidrieras inmaculadas. La meticulosidad de detalles de mampostería<br />
parecía salida de un cuento de hadas gótico.<br />
Ornamentados farolillos adornaban el perímetro del porche corrido, con postes<br />
como bastones de caramelo. A diferencia de la oficina de admisiones del sótano, tan<br />
estéril, y del aula de Muertología, tan fea y anticuada, Hawthorne Manor era mágica.<br />
—Hogar, dulce hogar —dijo sombríamente, mientras apoyaba la mano sobre una<br />
roseta y dejaba que ésta se deslizara por la barandilla que ascendía hasta la maciza y<br />
oscura puerta doble.<br />
Charlotte subió los escalones hasta el porche, se asomó a través de la ventana<br />
vidriada y contempló la gigantesca araña, al más puro estilo Fantasma de la ópera, que<br />
colgaba del techo del vestíbulo. Entró y se quedó plantada en la estancia, enlosada<br />
con grandes baldosas blancas y negras de mármol.<br />
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