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Tonya Hurley Ghostgirl<br />
—Tómate tu tiempo —contestó Pam, con las primeras notas de condescendencia<br />
en su voz.<br />
Pero fueron las otras notas que escuchó Charlotte las que en realidad captaron su<br />
atención. Un leve silbido. Similar al que había escuchado en la oficina. Esta vez no<br />
albergó dudas sobre la fuente de la que brotaban tan melancólicos acordes.<br />
—¿Qué rayos es el ruido ese que te sale de la boca? —preguntó Charlotte.<br />
—Permíteme que me presente formalmente —dijo al tiempo que le tendía la mano<br />
a Charlotte—. Soy Piccolo Pam.<br />
—¿Piccolo? —dijo Charlotte con una risita.<br />
—Es mi nombre de muerte —contestó Pam.<br />
—¿Nombre de muerte? —preguntó Charlotte, a la vez que caía en la cuenta de que<br />
ella no tenía uno y volvía a sentirse excluida una vez más.<br />
—Sí, es una especie de apodo que recibimos algunos de nosotros, salvo que suele<br />
estar relacionado con la forma en que morimos —dijo Pam—. No siempre se<br />
adquiere de buenas a primeras. No te lo tomes como algo personal.<br />
¿Cómo no iba a hacerlo? Charlotte pensó en cuál podría convertirse en su<br />
«nombre de muerte» y sintió cómo cundía en ella el desánimo ante el potencial que<br />
un estúpido nombre de muerte podía llegar a tener a la hora de someterla a una<br />
humillación perpetua.<br />
—Yo soy Piccolo Pam porque mientras alardeaba, supuestamente, de mis dotes<br />
con el flautín en el desfile de bandas del condado, tropecé y me lo tragué.<br />
—Oh, lo siento —dijo Charlotte.<br />
—Sí, yo también, pero al menos acabe mis días haciendo algo que adoraba y que<br />
se me daba realmente bien —contestó Piccolo Pam.<br />
—Ya… —dijo Charlotte con un hilo de voz.<br />
—Y fallecí mientras tocaba mi solo, de modo que nadie lo olvidará jamás. Eso es lo<br />
que cuenta —añadió Piccolo Pam con orgullo.<br />
—Ya… —repitió Charlotte, ausente. Se sentía abrumada por completo, mientras<br />
trataba desesperadamente de encontrarlo algún sentido a todo aquello.<br />
Piccolo Pam sonrió y abrazó a Charlotte por los hombros. Le dio unos cuantos<br />
apretones, en un intento de animarla.<br />
—Tampoco es para tanto —bromeó Pam—, ¡al menos no tienes que depilarte<br />
nunca más!<br />
Charlotte no estaba todavía muy segura de si Dios tenía o no sentido del humor,<br />
pero era evidente que Pam sí.<br />
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