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Tonya Hurley Ghostgirl<br />
Sintió sus manos. Su calor. Sintió deseo, pasión, por primera vez. No volvería a<br />
tener que imaginar cómo era él cuando estaba con una chica. Lo sabría de primera<br />
mano. Bueno, de segunda mano. Digamos que gracias a una experiencia<br />
extracorpórea.<br />
Charlotte continuó respirando su aliento, sintiendo su tacto. Se pasó la lengua por<br />
los labios y echó la cabeza atrás en el mismo instante en que Petula echó atrás la suya<br />
y cerró los ojos de nuevo. Solamente los abrió de manera esporádica y por unos<br />
segundos para echar una ojeada a lo que ya estaba sintiendo. Si se demoraba<br />
mirando, su fantasía se desvanecería.<br />
Cuando volvió a abrir los ojos buscando una actualización se encontró con que<br />
Petula estaba despatarrada todo a lo largo de Damen muy a la guisa de una auténtica<br />
animadora. Charolotte siempre había albergado sentimientos encontrados hacia las<br />
animadoras, siendo como era su principal cometido reforzar el ego masculino<br />
valiéndose de estúpidos saltitos y ridículos pasos, asistidos por pompones y<br />
toneladas de maquillaje. Pero a la vez deseaba que a ella, también, se la comieran con<br />
la mirada. Deseaba ser un regalo para la vista.<br />
Charlotte comprendió al instante las ventajas de ser animadora y por qué los<br />
chicos las tienen en tan alta estima. Quizá Petula no fuera la chica más lista de la<br />
habitación, pero sí era probable que fuese la más flexible, olímpicamente, y esa<br />
habilidad le estaba reportando grandes beneficios. Poco a poco empezó a<br />
comprender la realidad de lo que allí sucedía. Aquello no era una película ni un<br />
videojuego, era real y estaba ocurriendo delante de sus narices. Incapaz de soportar<br />
los celos, salió al pasillo, corrió hasta el baño contiguo y cerró la puerta de un<br />
portazo, sollozando de forma incontrolable.<br />
—Ni siquiera sabe que estoy viva —gimoteó, hundiendo la cabeza en el lavabo y<br />
olvidando que no estaba viva.<br />
Tras unos instantes de lamento, levantó la cabeza para mirarse al espejo. Charlotte<br />
estaba tan acongojada y distraída, que no supo si las gotas que se deslizaban por la<br />
empañada superficie eran el reflejo de sus lágrimas o no, como tampoco se percató<br />
de la nube de vapor de ducha que llenaba la estancia.<br />
—Debe de ser así como ocurre —dijo mientras el reflejo de su rostro se desvanecía<br />
entre el vapor—. Voy a desaparecer, así, como si nada. Pluf.<br />
Extendió la mano hacia la cortina de la ducha y se aferró a ella como una niña a su<br />
mantita inseparable. Enterró el rostro en el plástico opaco y respiró tan hondo como<br />
pudo. Era una chica muerta y estaba sufriendo el peor ataque de pánico de su vida. Y<br />
no porque tuviera miedo a morir, sino porque sabía que no volvería a vivir nunca<br />
más.<br />
Durante un segundo, la cortina húmeda se le quedó pegada al rostro como una<br />
bolsa para cadáveres, y entonces, casi automáticamente, su rostro la atravesó y se<br />
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