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Tonya Hurley Ghostgirl<br />
El factor bochorno se había desvanecido, pero se quedó quieta. Tan sólo quería ver<br />
cómo era en un ambiente más informal e íntimo.<br />
—¿Y qué tiene de malo, de todas formas? —se preguntó en voz alta—. Como si<br />
fuera a enterarse —ya habían «dormido juntos» en la Sala de Estudio—. O casi… —<br />
se sintió obligada a precisar para que constara.<br />
Ni siquiera el olor a calcetines sucios, vaporosos y enmohecidos y a sobaco sudado<br />
lograron disuadirla, aunque a punto estuvieron de hacerlo.<br />
Damen abrió la cremallera de su bolsa de gimnasia, se volvió hacia el candado de<br />
combinación, hizo girar el rodillo un par de veces y lo abrió de un tirón. Quizá fuera<br />
el sonido de la cremallera al abrirse, pero de pronto se puso extremadamente<br />
nerviosa cuando él cruzó los brazos delante del cuerpo y se sacó la sudadera con<br />
capucha por la cabeza, dejando a la vista la camiseta interior de tirantes. La llevaba<br />
tan ajustada que pudo distinguir cada curva de sus perfectos abdominales,<br />
bellamente esculpidos.<br />
Era alto, delgado y fornido, ancho de torso y espalda, suficiente para desmayar a<br />
cualquier chica. Sus brazos eran fuertes, aunque no voluminosos, de esos en los que<br />
una puede sentirse segura y cómoda. Nada deseaba más que apoyar la cabeza sobre<br />
su pecho, pero temió que, al hacerlo, tal vez él volviera a sentir su fría presencia y se<br />
apresurara a ponerse de nuevo la sudadera, Ajeno a todo, Damen continuó<br />
desvistiéndose, para deleite de Charlotte, que le miraba con ojos desorbitados. Estaba<br />
tan acostumbrada a fantasear con él, que casi sintió la necesidad de cerrar los ojos<br />
para poder experimentar lo que acontecía ante ellos.<br />
Damen se quitó los zapatos y, al agacharse, los músculos de los hombros se<br />
flexionaron de tal forma que en ese instante deseó verse envuelta por ellos. Sacó los<br />
pantalones del chándal de la bolsa y se desabrochó los botones de los vaqueros.<br />
Charlotte estaba completamente ida.<br />
—¿Boxers o slips? —se preguntó haciendo rebotar nerviosamente las piernas sobre<br />
las puntas de los pies.<br />
La respuesta no se hizo esperar. Al resbalar sus pantalones hasta el suelo y sacar él<br />
la pierna izquierda y luego la derecha del gurruño que ahora formaban los holgados<br />
vaqueros en torno a sus tobillos, quedaron al descubierto sus boxers a cuadros.<br />
Desahogados pero, por fortuna, no tan anchos como los tipo hip-hop. Eran sencillos<br />
y modestos, se diría que austeros, incluso. Justo como Damen.<br />
El clima se rompió cuando vio a un par de deportistas acercarse a la taquilla<br />
contigua a la de Damen y escuchó un sonoro quejido.<br />
—Inspección de suspensorios —oyó que gritaba Bradley Grayson, un arrogante<br />
jugador novato de lacrosse, a la vez que le estampaba el antebrazo, sin previo aviso, a<br />
Sam Wolfe en la entrepierna.<br />
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