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Tonya Hurley Ghostgirl<br />
Sam, desnudo, se dobló en dos y se agarró la entrepierna, plantándole su enorme<br />
y pálido culo peludo de oso lleno de granos delante de las narices.<br />
Fue como si la peor pesadilla de toda chica se hiciera realidad. Se habían abierto<br />
las Puertas del Infierno. Pensó que jamás la dejarían disfrutar de un instante de<br />
placer sin tener que padecer a cambio una eternidad de sufrimiento. A cambio de un<br />
poco de Damen, tendría que soportar un mucho de Sam. La metáfora no le pasó<br />
desapercibida a Charlotte.<br />
Y fue a peor. Mientras se agarraba la entrepierna se le escapó una leve e<br />
involuntaria ventosidad de gas sulfuroso. Por primera vez se alegró de estar muerta,<br />
dado que su trasero olía tan mal como feo era su aspecto… ¿Se puede uno morir dos<br />
veces?<br />
Se sintió fatal por Sam; lo mismo que Damen, por la cara que puso, pero Brad<br />
siguió andando y riéndose. Charlotte, asfixiada, salió pitando por la ventana que<br />
permanecía abierta encima de la taquilla de Damen, agitando el húmedo vapor que<br />
llenaba la estancia lo suficiente como para que Damen se diera cuenta. Este se<br />
estremeció levemente, parpadeó, sacudió la cabeza y concluyó que la aparición que<br />
creía haber visto no era más que la poscombustión del pedo de Sam. Cogió su<br />
protector bucal y se dirigió al gimnasio.<br />
Charlotte estaba disgustada, aunque no descorazonada. Aguardó fuera a que<br />
finalizara el entrenamiento, con la esperanza de poder regresar a casa en coche con<br />
Damen. A casa de él. Damen salió del gimnasio en dirección al aparcamiento, se echó<br />
la bolsa al hombro y extrajo de su bolsillo las llaves de su Viper descapotable rojo.<br />
Antes de que tuviera tiempo de abrir el coche, Charlotte ya se había acomodado en el<br />
asiento del acompañante. Echó mano al cinturón de seguridad, cayó en la cuenta de<br />
que ya no lo necesitaba y lo soltó despreocupadamente.<br />
—El lado bueno de la mortalidad —razonó—. ¿Qué, a tu casa o a la mía? —le<br />
preguntó Charlotte a Damen con sarcasmo mientras él se abrochaba el cinturón.<br />
Obviamente, Damen no podía oírla, pero no por ello dejó de dolerle un poco que<br />
no contestara. Así y todo, lo estaba pasando en grande con toda la situación. Iba de<br />
copiloto en el deportivo de Damen, circunstancia que sin duda habría disparado el<br />
coeficiente de celos entre las demás chicas a niveles astronómicos. Y en el caso de<br />
Petula, era muy probable que a niveles homicidas.<br />
Sí, cualquier chica habría dado la vida por ocupar su lugar —la única diferencia<br />
era que, en su caso, ella había tenido que dar la vida, en sentido literal, para<br />
conseguirlo—. Charlotte desechó por el momento tan dolorosa revelación para seguir<br />
desempeñando el papel de «novia».<br />
—¡Tuyo es! —dijo Charlotte mientras Damen sacaba el coche de su plaza<br />
reservada.<br />
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