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Tonya Hurley Ghostgirl<br />
—La vida se desperdicia con los vivos —citó, y echó a andar por el pasillo,<br />
despacio, indecisa, con las rodillas temblorosas, hacia «la Luz».<br />
Al aproximarse, Charlotte se vio bañada por la luminiscencia de la Luz, por su<br />
pureza. Se sintió como un sobre levantado a contraluz en un soleado día de verano.<br />
Translúcida. El resplandor la cegó por completo y podía haber jurado escuchar un<br />
coro de voces celestiales cantando sólo para ella. La amargura se esfumó.<br />
«Es tan hermoso… tan apacible», pensó, gozando de aquel instante de nirvana.<br />
Vio partículas de polvo brillando como diminutos fragmentos de purpurina,<br />
flotando vaporosas en los rayos. Según se aproximaba, comprobó que veía con más<br />
claridad. Distinguió el contorno de una puerta, ligeramente entornada. Cerró un ojo<br />
con fuerza pero dejó el otro entreabierto, espiando por la rendija como si estuviera<br />
mirando una película de terror, y franqueó el umbral, temerosa pero intrigada, no<br />
obstante.<br />
Su momento zen se vio de pronto interrumpido cuando tropezó con una cuerda o<br />
algo similar y cayó al suelo de espaldas. Al caer, la Luz que tan mágicamente la atraía<br />
se precipitó también al suelo. Ahora se reflejaba en el techo y había dejado de cegarla.<br />
Allí estaba de nuevo, tirada en el suelo boca arriba, asimilando lo sucedido. Abrió<br />
los ojos muy despacio y parpadeó varias veces, tratando de enfocar la vista.<br />
Al ladear la cabeza descubrió que la Luz emanaba de un viejo proyector de 16<br />
milímetros atornillado a un carrito metálico. Charlotte no había visto una reliquia<br />
semejante salvo en una única ocasión, cuando le encargaron que ayudara a Sam<br />
Wolfe a ordenar el viejo cuarto de material del Club Audiovisual situado en el sótano<br />
de Hawthorne.<br />
Alzó la cabeza levemente sobre el nivel del suelo y se topó con una visión del todo<br />
inesperada: un mar de pies engalanados con etiquetas identificativas. Charlotte abrió<br />
unos ojos desorbitados al percatarse de que la etiqueta que le había sido entregada en<br />
la oficina, la que ella se había encajado a la fuerza en la muñeca, era, de hecho, su<br />
«etiqueta identificativa». Se encontraba en un aula repleta de otros compañeros<br />
muertos.<br />
Antes de que tuviera tiempo de salir despavorida, una voz masculina adulta la<br />
distrajo.<br />
—Mike, enciende la luz —pidió.<br />
Un chico que estaba cerca de la puerta encendió las luces, tampoco es que<br />
importara demasiado porque veía bastante bien sin luz, pero ahora pudo fijarse en<br />
otros detalles. Como el aula, por ejemplo. Con las luces encendidas, la pudo ver en<br />
toda su… obsolescencia.<br />
Era arcaica, literalmente, gris y anticuada, como un cruce entre una tienda de<br />
segunda mano y un centro de veteranos de guerra. Las mesas y sillas de madera clara<br />
daban la sensación de estar talladas a mano y ser perfectamente robustas, pero<br />
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