13.05.2013 Views

“La Obra Maestra”

“La Obra Maestra”

“La Obra Maestra”

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

2<br />

A la tierna edad de diecisiete años conocí a mi primer amor. Puede que la palabra amor<br />

sea un tanto excesiva. Puede que la palabra amistad también quede grande para la<br />

ocasión.<br />

Se llamaba Carmela, tenía unos veinticinco años y era fea, gorda, rosada como un<br />

cochino y tenía la cara redonda, mofletuda y llena de pecas.<br />

Mi tío siempre bromeaba con su aspecto y aunque no le faltaba razón, a esa edad<br />

cualquier comentario de un familiar entrometiéndose en tu relación sentimental es mal<br />

venido. La palabra “sentimental” aquí tampoco ha sido bien empleada.<br />

Recuerdo el primer día que invité a Carmela a comer a casa.<br />

“Que alguien le dé el tiro de gracia”, dijo mi tío, según entró.<br />

Fue un espectáculo dantesco, para olvidar. Carmela comía como si no hubiera mañana.<br />

Sus carnosos brazos se movían por toda la mesa, rápidos e incontrolados. Todo lo que<br />

tocaba se lo llevaba a la boca. Se comió incluso dos gatos de porcelana que tenía mi tía<br />

de adorno. Daba miedo. “Por favor”, pensé, “que no toque por error mi brazo y me lo<br />

desgarre de un bocado”.<br />

Miré a mi tío y vi que él también estaba asustado. Me cogió la mano por debajo de la<br />

mesa y le vi mirar al cielo, haciendo algo que no le había visto hacer nunca: rezar.<br />

“Que Dios nos ayude”, me dijo, “No le dejes que pruebe la sangre humana. Debe ser<br />

uno de los jinetes del Apocalipsis. O uno de los chotos en lo que van montados los<br />

jinetes del Apocalipsis.”<br />

Los brazos de Carmela eran el doble de anchos que mis piernas. Eran grasos y fuertes y<br />

me manejaba como su fuera una marioneta. Me cogía, me levantaba, me quitaba la ropa,<br />

me ponía en un sitio, en el otro, me daba la vuelta. Me intentaba meter en sitios que a<br />

duras penas cabía. Yo era poco más que un muñeco de trapo.<br />

Era mucho menos femenina que las ovejas con las que me había iniciado sexualmente y<br />

su trato mucho menos cariñoso. Su lenguaje era tan basto como su presencia y, por si el<br />

hedor que desprendía su aliento no fuera suficiente, no mostraba ningún escrúpulo al<br />

soltar sus ventosidades.<br />

“No es oro todo lo que reluce”, decía.<br />

Sus dientes estaban moldeados por el demonio, cada uno apuntando a un punto cardinal,<br />

descubriendo, alguno de ellos, puntos cardinales inexistentes hasta el momento. Alguno<br />

de sus dientes apuntaba a una cuarta dimensión. Corría el rumor de que moldeaba las<br />

herraduras con sus dientes y, si examinabas atentamente dentro de ellos, cosa que ni el<br />

estómago más fuerte podría hacer sin tener una nauseabunda arcada, descubrirías<br />

grandes poros llenos de escoria, causantes de parte del desagradable olor.<br />

Sus dedos eran cinco morcillas con uñas negras y rotas y los utilizaba de forma<br />

enfermiza desgarrando mis débiles brazos cada vez que me agarraba. Tenía una voz<br />

muy particular, no excesivamente aguda pero con un timbre característico de personas<br />

de cara muy redonda. Tenía el pelo negro y corto, a la altura de las orejas, al estilo de<br />

las chicas del pueblo.<br />

9

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!