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“La Obra Maestra”

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cada vez que intentaba reproducir algún fragmento de esa debacle musical en mi<br />

cerebro, terribles depresiones se adueñaban de mi cuerpo.<br />

La muerte me acechaba. La había experimentado. Y aún no había hecho nada de<br />

provecho con mi vida. Sólo había seguido el camino que me habían preparado. A lo<br />

largo de este teatrillo que es la vida, sólo había seguido mi papel. En el reparto de<br />

personajes, debo decir, no estuve muy agraciado. Tenían razón aquellos panfletos<br />

libertarios de la época: sólo éramos marionetas.<br />

Éramos títeres. Peleles controlados por nuestro cerebro. Nuestro malvado y controlador<br />

cerebro. Eso tenía que terminar. Libertad. ¡Libertad! Me tumbé y pensé, “Al habla el<br />

cerebro. Sois libres. El tiempo de opresión ha terminado”. Sin embargo allí se quedaron<br />

mis miembros y órganos. Salvo algún movimiento espasmódico y alguna erección<br />

involuntaria, allí permanecieron los órganos esperando órdenes. No hay duda, somos<br />

esclavos por naturaleza.<br />

Aquella sucesión de recuerdos también me trajo memorias de aquel amigo de nombre<br />

compuesto, simplificado en el magnífico alias del Mocho. ¿Qué habría sido de él? Sólo<br />

Dios lo sabía.<br />

“Ni idea”, me dijo un desconocido al preguntarle. No sé por qué le pregunté a él. Me<br />

pareció Dios. Sin duda, no lo era.<br />

“Te crees mucho”, le dije al desconocido, “pero no eres nadie”.<br />

“¿Por qué no me dejas en paz?”, contestó.<br />

Lo último que supe del Mocho es que alguien le dio con una azada en la cabeza. Resultó<br />

placentero hacerlo. Me imagino. Pero esto ocurrió mucho después.<br />

Tras aquella tropelía musical, yo no volví a asistir a una de esas sesiones de muerte<br />

inducida por flauta. Me encargaba de conseguir el listado de las canciones de sus<br />

conciertos, y siempre abandonaba el local antes de sus solos. Aún así, sentía que era<br />

cómplice de aquella barbarie artística, por no denunciar y por abandonar el local<br />

dejando allí a todos aquellos insensatos. Recuerdo que mientras esperaba en la puerta,<br />

notaba el momento de histeria. Escuchaba alaridos y gritos de horror entre alguna nota<br />

de flauta y en pocos segundos, todo el público salía clamando al cielo y jurando no<br />

volver a escuchar música en su vida. Un día un hombre se abalanzó sobre mí,<br />

echándome las manos al cuello y diciendo, “¡Tú lo sabías! ¡Tú lo sabías y no has hecho<br />

nada!”.<br />

Mi colega era buena persona y por eso no era fácil herir sus sentimientos, pero sí muy<br />

divertido. ¿Cómo hacer que dejara de tocar la flauta? Hay técnicas mentales muy<br />

sofisticadas que hacen que tu subconsciente quiera evitar una actividad. Sin embargo,<br />

meterme la flauta en el culo no había funcionado. Supongo que nunca leí lo suficiente<br />

de Paulov, el anónimo torturador de perros, sin embargo entendí los conceptos básicos y<br />

me dio una buena idea: Una soleada y matinal mañana de Sol, me acerqué a la mochila<br />

del Mocho, mochila que olía peor que sabía, cogí la flauta y la partí en dos, tal y como<br />

había hecho Paulov con el espinazo de un perro. Gracias Paulov, por tu pragmatismo y<br />

odio en general a los animales.<br />

De mi colega Mocho podría contar historias como para llenar un libro. Dejamos de ser<br />

amigos tras unas semanas viviendo juntos. Le acogí cuando le echaron de la casa de su<br />

madre.<br />

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