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“La Obra Maestra”

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No recordaba lo complicado que era correr. Pensé que los narcóticos de Nines servirían<br />

como estímulo para mis músculos y puede que sirvieran, sin embargo, en mis piernas no<br />

había músculos que estimular. Sólo había órganos lacios y vagos. Además, ese<br />

drogadicto desgraciado parecía tener un diseño ergonómico perfecto para la carrera. Sus<br />

descortinadas extremidades trabajaban al unísono. Cada metro que yo avanzaba, él<br />

avanzaba dos. Podría ganar muchas medallas en las próximas olimpiadas yonkis.<br />

Eso es lo último que recuerdo. Mis pulmones se quedaron sin gas y mi vista empezó a<br />

nublarse. Paré, me tumbé en mitad de una calle, y quedé inconsciente durante varias<br />

horas.<br />

No fue el momento más heroico del mundo, pero al menos explica el tema de la cartera<br />

de Paula. Lo importante es que entienda el lector que no soy un villano. Como mucho,<br />

un héroe venido a menos.<br />

Volviendo al ajusticiamiento en aquel supermercado, ajusticiamiento localizado en la<br />

zona de lencería femenina, recuerdo un momento de aprendizaje basado en la memoria.<br />

Lo llamaría más adelante “Aprendizaje Memorial”. Se basa en aprender de tus<br />

recuerdos y no de cosas imaginarias.<br />

La cuestión es que mientras Paula golpeaba mis costillas con una violencia de género<br />

descomunal, mi mente viajó al pasado, escapando de aquellos didácticos y certeros<br />

golpes. Y rebuscando en mi memoria, recuerdos olvidados de aquel hombre<br />

mostachudo que conocí en el tren, en mi primer viaje a la ciudad, recobraron vida.<br />

Recuerdo que mientras el hombre hablaba y me hacía entender cosas cuya complejidad<br />

no está al alcance del iletrado lector, transparente líquido comenzó a salir de su nariz.<br />

Conozco la sensación. Hace cosquillas en los pelos de la nariz y, sólo mirándole,<br />

empecé a sentir una necesidad imperiosa de limpiarme la nariz con un pañuelo. Sin<br />

embargo, aquél hombre no le dio importancia y seguía hablando, como si no notara<br />

nada. Lentamente el moco líquido salió de la nariz y comenzó a bajar muy lentamente.<br />

Por entonces yo hacía rato que había dejado de prestar atención a sus palabras y me<br />

preguntaba “Es extraño, ¿no llevará un pañuelo?”.<br />

Pasaba el tiempo y el hombre no se secaba el bigote impregnado de moco. Y de repente<br />

me di cuenta. “Este hombre es un genio”. Mientras hablaba de la felicidad basada en la<br />

ausencia de preocupaciones, me di cuenta de que intentaba mostrarme un ejemplo<br />

práctico. Estaba predicando con el ejemplo. Me estaba mostrando como ser feliz.<br />

Ignorando todo. Todo le daba igual. ¿Tiene que salir moco líquido de mi nariz? Pues<br />

que salga. Ignorar las señales de tu cuerpo y dedicarse sólo a aquello que es importante.<br />

Sin embargo, tras dos minutos de admiración, ocurrió algo. Durante una pausa en su<br />

interminable e indescifrable sermón, su lengua brotó de entre sus carnosos labios<br />

retorciéndose hacia arriba, afilada como la punta de una flecha.<br />

“No será capaz”, me dije.<br />

Y, con la punta de la lengua contactó con el líquido elemento. No sé en qué parte de la<br />

lengua se detecta el sabor salado, pero seguro que en ese momento sintió sensaciones<br />

saladas.<br />

Y en ese momento me di cuenta de otra cosa. No era un genio. No es que ignorara<br />

sensaciones para centrarse en aquello que quería. No es que le diera igual todo. Es que<br />

era un guarro.<br />

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