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“La Obra Maestra”

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ni siquiera parecía doctor. Además no paraba de reír mientras lo hacía, pero esa es otra<br />

cuestión.<br />

Creo que estos recuerdos pertenecen a mi primer día de trabajo, tras salir del calabozo.<br />

Era un espléndido lunes. Las resacas me solían aguantar hasta el miércoles, pero recién<br />

salido de la cárcel, este era un lunes optimista, de energías renovadas. Era un día<br />

soleado de primavera, lleno de mariposas y flores.<br />

“¡Buenos días!”, iba saludando sonriente a todos mis compañeros y pacientes. “¡Tienes<br />

buen color!”, me decían, lo cual se hace extraño tras haber pasado diez días en la<br />

absoluta penumbra. El trato con la gente mejora cuando estás de buen humor y los<br />

pacientes lo agradecen.<br />

A media mañana me dijo un compañero, “Ve a ayudar al paciente de la 666”.<br />

Teniendo en cuenta el número demoníaco, pude haber desconfiado. De hecho, tuve esa<br />

sensación que se tiene justo antes de ser brutalmente torturado. Aún así, supuse que era<br />

una tontería preocuparse, así que alegre, subí las escaleras y abrí la puerta.<br />

“¡Buenos dí…”<br />

Mi Némesis, Nines levantó la vista y, al verme petrificado, esbozó una sonrisa y utilizó<br />

esa habilidad maléfica que el demonio le había otorgado. -“Para ti, mi envejecida y<br />

arrugada esbirro maléfico, te he guardado la mejor de mis armas. Utiliza este don con<br />

los fines más malignos y crea el caos allá por donde fueres”, me imagino diciendo al<br />

príncipe de las tinieblas, utilizando aún un lenguaje arcaico y en desuso, por haber<br />

pasado ya tantos años bajo tierra. Así lo hizo Nines. Abrió el esfínter y dejó salir sus<br />

putrefactas heces líquidas por todo el suelo. Como si hubiera roto aguas estancadas, el<br />

mal se expandía por el suelo, llegando casi hasta mis pies.<br />

“Ahora te toca limpiarlo”, susurró.<br />

Puede que la edad y los narcóticos de Nines me estuvieran volviendo un poco agresivo,<br />

porque me recuerdo exaltado atacando a Nines, peleando contra mis compañeros del<br />

hospital, rompiendo todo a mi paso, golpeando a los pacientes, revolviendo todas las<br />

fichas de dominó de una mesa, mordiendo a un perro policía… creo, a juzgar por los<br />

siguientes recuerdos, que aquel perro había tomado una cantidad aún mayor de<br />

narcóticos de Nines. Aunque los sedantes que me aplicaron después han nublado parte<br />

de esos recuerdos y apaciguaron el dolor y, por suerte, apaciguaron también un<br />

insomnio que duraba ya cinco horas.<br />

Después, tras la tormenta, la calma en mi retiro espiritual, el calabozo. Un lugar idílico<br />

para pensar en lo que has hecho, utilizado por los criminales para planear venganza sin<br />

cometer los mismos fallos.<br />

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