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Durante una vida hay muchos sueños que no se cumplen. Todos, en concreto. Las<br />
ilusiones se van y todo aquello con lo que soñabas años atrás, quedó tan lejos como lo<br />
estaba al principio. Supongo que los sueños no se cumplen, sólo se persiguen. Te vas<br />
haciendo viejo y ves que el camino por el que tenías que haber ido años atrás, está ahora<br />
lleno de zarzas, alambres de espino y alimañas. Así pues, tienes que arrastrarte como un<br />
reptil gusano y cuando te ve el vecino en su jardín, a menudo se vuelve histérico y llama<br />
a la policía.<br />
Yo no he tenido sueños toda mi vida. Casi no tengo recuerdos de mis primeros años y<br />
las pesadillas eran suficiente entretenimiento durante mi adolescencia. Nunca he tenido<br />
demasiado interés por nada. Quizás el mundo no haya sido demasiado motivador para<br />
mí. O quizás haya sido demasiado complicado.<br />
Me encontraba ya cercano a los treinta años y no tenía nada, ni sueños, ni metas, ni<br />
presente, ni futuro por el que luchar.<br />
Así me encontraba yo, perdido en un mar de dudas, de vacío sentimental, con una<br />
depresión casi perenne y con la necesidad de algo más. Un algo que la vida no me daba.<br />
Sé que la vida no tiene por qué tener sentido. Quizás estando loco se le pueda encontrar<br />
alguno. Quizás la madre de Irene y sus sicarios encontraron una meta en su vida,<br />
obsesionados conmigo y llenos de sentimientos vengativos. Convertir cualquier<br />
capricho en obsesión. Quizás esa sea la manera de encontrar un sentido a todo esto.<br />
Hay gente que intenta llenar ese vacío buscándose a sí misma en algún lugar pobre y<br />
lejano, como la India, como si todos tuviéramos un doble indio esperando a ser<br />
encontrado. Tiene que ser una decepción terrible ir allí y, en lugar de encontrarte a ti<br />
mismo, encontrar al “tú mismo” del Mocho. Bueno, ya de por sí tiene que ser una<br />
decepción terrible ir allí buscando algo. O si vas allí y te encuentras a ti mismo, puedes<br />
descubrir que eres tú el “yo mismo” de un tipo zafio y horrendo.<br />
“Eres el cacho de personalidad que me faltaba”, te dice.<br />
“Genial ¿y tú qué haces?”, le preguntas.<br />
“Pues nada, cazo gatos con este palo y luego me como sus vísceras”.<br />
Recordar aquella funesta experiencia en la que fui sinfónicamente asesinado, había<br />
devuelto mi vida a uno de esos ciclos de reflexión y aprendizaje personal. Tanta<br />
reflexión, según mi profesor de ciencias sociales del instituto, sólo había traído<br />
problemas a la humanidad, “Fíjense en Sócrates, en Aristóteles, en Platón”, decía,<br />
“todos muertos”.<br />
Aquel día había estado muerto varios minutos y no vi al arcángel San Gabriel, ni a<br />
ninguno de sus secuaces. No hubo nada celestial, nada religioso, sólo mi alma huyendo<br />
de aquella música atroz. Quizás todas las mentiras que había aprendido de joven no<br />
fueran verdad. Quizás después de la muerte no hubiera nada.<br />
Igual que cuando el médico examina tu cuerpo en busca de marcas tras una violación,<br />
mi mente buscaba marcas por mi cerebro. ¿Qué consecuencias me dejó aquella<br />
experiencia? ¿Qué ha quedado de aquella melodía? Algo había muerto dentro de mí y<br />
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