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“La Obra Maestra”

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Fueron horas tormentosas. Horas de desvaríos mentales que te pueden dejar muy<br />

tocado. Cuando te despiertas sientes que este mundo no te pertenece.<br />

El ser humano aún no sabe dónde se encuentra el alma. Podría estar en el apéndice.<br />

Nadie lo sabe. Aún nos quedan muchos misterios que se muestran esquivos y traviesos.<br />

Muchas incógnitas cuya cualquier posible explicación, parecería burda charlatanería.<br />

Preguntas cuya respuesta son y serán un enigma. Por qué el agua es azul. Por qué no<br />

vuelan las gallinas. Por qué la fuerza de la gravedad no afecta a las cometas. Y hay un<br />

misterio físico más mundano pero igualmente importante. En el baño, la gota que sube<br />

desde el inodoro, la llamada gota fría, sube con una puntería nanométrica y<br />

sorprendentemente se mantiene líquida a una temperatura muy inferior a los cero<br />

grados, y mis sensibles paredes anales así lo afirman.<br />

Nos queda mucho por conocer, muchas fuerzas misteriosas. Ovnis, espíritus, brujería,<br />

sirenas… hay temas que prefiero pensar que no existen.<br />

Como decía, volvía a mi vida esa sensación de vacío tan asfixiante. Sentía que no<br />

pintaba nada en este mundo. Nunca tenía dónde ir, ni qué hacer. Mi cabeza estaba como<br />

en una nube y supongo que los narcóticos de Nines no ayudaban a normalizarla. Sin<br />

embargo, poco después, decidí prescindir de ellos y fue duro quitarlos de mi dieta, ya<br />

que aportaban un sabor mentolado a mi comida que me encantaba y me ayudaban a<br />

mantener el aliento fresco.<br />

El último día que los consumí fue importante para el desarrollo de mi súper intelecto<br />

humano.<br />

Todo ocurrió en un supermercado. Me encontraba allí como por casualidad, como quien<br />

necesita detergente y aparece, por arte de magia, en la sección de detergentes del<br />

supermercado. “Esto es obra divina”, pensé al principio. Pero luego, exprimiendo mi<br />

cerebro, recordé el trayecto desde mi casa hasta el supermercado y, en concreto, hasta la<br />

sección de detergentes. ¿Cómo pude olvidarlo? Fue el trayecto en el que conocí el<br />

verdadero significado de la vida. En cualquier caso, al verme delante de todos aquellos<br />

detergentes, me vi saturado. Todos parecían buenos detergentes. ¿Cómo decidirme?<br />

Antes compraba el que más le gustaba a Nines, pero ahora ella no vivía conmigo y las<br />

propiedades culinarias del detergente habían dejado de ser importantes.<br />

Recuerdo que caminé por el supermercado. Algunos pasillos estaban húmedos y<br />

resbaladizos, como lubricados. Como si una actriz porno muy excitada, para saciar su<br />

libido, se hubiera puesto a fregar por los pasillos del supermercado.<br />

Comencé mi búsqueda de aquella caliente e imaginaria actriz por los pasillos de<br />

alrededor y de paso, miraba a ver si encontraba la sección de embutidos, siempre con la<br />

esperaza de reencontrarme con mi apéndice, hasta que di con ella.<br />

Mis conjeturas detectivescas habían fallado. La mujer que fregaba no tenía nada de<br />

pinta de actriz. Más bien tenía pinta de mujer de la limpieza del supermercado. Pero era<br />

una impostora. Estaba disfrazada y en lugar de fregar, lubricaba con aceites ultra<br />

resbaladizos todos aquellos pasillos, preparando una trampa mortal. Sin embargo,<br />

descubrí tarde sus perversas intenciones. Al intentar escapar de aquella caja de la<br />

muerte, la mujer había estado más rápida fregando mi vía de escape. Era una estratega.<br />

Un Napoleón de la fregona.<br />

Mis pies empezaron a patinar. Miré al suelo para ver si llevaba mis zapatillas de<br />

escalar. No. Sólo unas zapatillas de andar por casa. De hecho, como en mis pesadillas<br />

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